IDUS
German cumplió su ritual. Resolver el caso. Como siempre, desde que cayó enfermo, su hija le llevo a su cafetería favorita y le dejo en su mesa. Puso ante si aquella carpeta de cartón azul con los bordes destrozados y manidos.
La cabeza ya no es lo que era, la enfermedad de nombre extranjero comprimió sus neuronas y las convirtió en ovillos…desde entonces no tiene recuerdos, solo imágenes que desfilan, sin sentido, por su cabeza y que le confunden, le llenan de horror. Tiene que resolverlo, le obsesiona.
Saca los recortes de periódico, cuando se jubiló de policía no le dejaron llevarse el expediente.
“Ayer día 15 de marzo fue hallado muerto, el conocido sacerdote Don Julio Saavedra de 56 años, en los escalones situados delante del altar. Según fuentes, murió de una puñalada en el corazón pese a que docenas de ellas herían su cuerpo. El cuerpo del religioso yacía boca arriba con la casulla blanca prácticamente roja. Aunque no está confirmado, escrito en el frontal del altar, la palabra Ides”.
German levanto la vista, estaba seguro que en aquel párrafo estaban las pistas que no supo ver y que acabarían por arrojar la luz que le faltaba al caso. Vio a Teresa, su camarera de siempre, se dejo guiar por la luz que entraba por el gran ventanal hasta la visión en la terraza donde su hija tomaba un café y trasteaba con aquel maldito teléfono. Ides.
Las imágenes de él mismo caminando hacia el cadáver del sacerdote volvieron, el gran charco de sangre, aquella palabra latina. Ide Misa Est. Las noches examinando las fotos, las caras juveniles, el pesar de irse sin resolver el caso. Mente rica en vida interior y tramposa en los recuerdos, la enfermedad inventa imágenes, se esfuerza en recordar.
Iros, la misa ha concluido. ¿Qué nos quiso decir el asesino? German suspira y vuelve a mirar las fotografías de los periódicos…el cuerpo tapado por una sabana que calaba en sangre, una foto del sacerdote con expresión severa. Lo conocía, sabia de su fama de hombre recto y enérgico, un tirano en misa. Si por aquel entonces no hubiera empezado la enfermedad… El asesino espero a que la iglesia estuviese vacía, seguro que lo conocía.
Un escalofrío le recorre.
Nunca fue policía, fue historiador y su mente empezó a trasportarle de la ensoñación a la realidad. Los alumnos le adoraban. Se ve así mismo sorprendiendo a su Julio Cesar por la espalda. Los alumnos notaron sus perdidas de realidad. Ve como apuñalo al clérigo hasta agotarse. Ve como el temblor de las manos le impidió escribir correctamente la palabra con sangre: Idus. Todo fueron señales, las escaleras del senado, la túnica blanca, su nombre, la edad, su misión de acabar con el tirano.
Derrama una lagrima sobre los recortes de periódico y musita: “¡Cuídate … ¡Oh, Cesar! De los Idus de Marzo”.
Salió de allí como cada día e inmediatamente olvido que, sobre su conciencia, recaía la muerte de un ministro de la Iglesia.
EFIMERO