¡IMPACTANTE!
NOEMI PONTON HIDALGO | MinoeNoemí

Son las siete de la tarde. Mi turno está a punto de terminar cuando recibo una llamada de urgencia.
—Prepara la sala, llega uno nuevo. Es… ¡impactante!
Tenemos un código interno. La palabra impactante dice mucho. Te prepara para lo peor de todo. ¿Alguna vez estás preparado para lo peor? Creo que ni mis 25 años de experiencia en mi profesión consigue prepararte para esto.
En menos de 30 minutos llega la ambulancia. Las sirenas vienen apagadas; el canto típico de su presencia está en modo off. Cuando llegan aquí, vienen todas calladas. Anuncian que ya no hay nada que hacer por el pasajero. Hasta parece más bien una procesión del silencio despidiendo a un ser que ha sufrido.
El cuerpo llega tapado. Es el protocolo cuando no quieres dejar ver un cuerpo destrozado. Los camilleros lo dejan en la sala de autopsias. Estamos en el Instituto Anatómico Forense de Madrid. Soy el forense encargado de recibir este cuerpo y de practicarle la autopsia para ayudar a averiguar qué le ha pasado y cuál es la causa de la muerte. Me llamo Ricardo y tengo 52 años. Ya llevo puesto el delantal, los guantes, la mascarilla y tengo todas las herramientas listas. Hoy llegaré tarde a casa; hace un rato he avisado a Marta, mi mujer.
Descubro el cuerpo y ante mí aparece un cadáver de un niño. A simple vista aprecio que está desnudo. Su cuerpo presenta moratones de distintas temporadas y de distinta coloración. Presenta una fractura abierta del fémur izquierdo, asoma parte del hueso, también tiene otra fractura en el húmero derecho, pero ésta es cerrada. La cabeza no está. Ha sido seccionada del cuerpo con un arma afilada. El corte es limpio.
Llaman a la puerta. No es normal que esto suceda a estas horas de un viernes, miro por el monitor quién es. Mi viejo amigo, el inspector Óscar. Somos más o menos de la misma edad. Trae una bolsa negra. Abro la puerta.
—Hola, Ricardo. Parece ser que los de la ambulancia se han dejado una parte importante en el escenario donde hallamos al chaval.
Me enseña la bolsa y le indico que la deje sobre la camilla. Al abrirla descubro que es una cabeza de un chico de unos diez u once años.
—¿Llevas tú el caso, Óscar?
—Sí, imagino que me ha pasado como a ti… en el último momento me lo han adjudicado, cuando ya me iba a casa.
—¿Alguna pista sobre quién es el causante de esta atrocidad? ¿Los padres, familiares…?
—Sí, ya sé quién ha sido el asesino.
—¿Ya? ¿Tan pronto? ¿Han confesado?
Y pude ver cómo de su pernera sacaba un machete enorme, el brillo de la hoja me deslumbró y me paralizó mientras me asestaba un golpe directo al cuello, provocando que mi cabeza se desplomara primero seguida de mi cuerpo. El cuerpo humano tarda cerca de 3 segundos en caer cuando le cortan la cabeza. ¡No tuve tiempo de reacción!