Imparable
Benito Olmo Dominguez | Caraballo

Soy imparable. Soy el fuego y la rabia. Mis puños son dos bolas de demolición y la chica que tengo delante es el edificio que debo destruir.
Hay algo terapéutico en el hecho de destrozar a otra persona sin utilizar otra cosa que los puños. Lo que no lograron años de terapias, tés relajantes y Feng Shui, lo consiguieron un par de sesiones de boxeo, que fue lo que tardé en apasionarme por este deporte y tomarlo como punto de partida hacia mi nueva vida.
Mi adversaria salta sobre un pie y sobre el otro. A juzgar por sus pupilas, debe de estar colocada. Me pregunto si por casualidad tendremos el mismo camello y la idea me hace sonreír.
Si esto fuera un combate reglado, habría un control anti dopaje, pero no es el caso. Sería ridículo proponer un control de drogas en una velada ilegal. Diablos, si hasta los árbitros parece que van fumados. Puede que por eso tarden algunos segundos más de la cuenta en separar a los contrincantes cada vez que están a punto de despedazarse.
O quizás lo hagan por el espectáculo. Qué sabré yo.
Suena la campana. Nos lanzamos la una contra la otra como perras hambrientas. No tardo en comprobar que es más rápida que yo, pero no le doy importancia.
Puedo con ella. Sólo tengo que ser paciente.
Me dejo arrinconar. La chica debe de pensar que la victoria está cerca, ya que redobla sus esfuerzos, convencida de su superioridad.
Entonces se confía.
No me sorprende. Siempre lo hacen.
La chica golpea cada vez más fuerte y llega un momento en el que su guardia, simplemente, se esfuma. Está tan confiada en la victoria que no le preocupa nada más.
Entonces acabo con ella.
Lanzo un gancho que impacta contra su barbilla con la contundencia de un tren de mercancías. La observo poner los ojos en blanco, rumbo a la inconsciencia. Aprovecho los segundos que sigue en pie para golpearla de nuevo, una y otra vez.
Cuando cae, el árbitro inicia una innecesaria cuenta atrás, aunque los dos sabemos que esa chica va a tardar un buen rato en despertar.
Alzo las manos y grito. Oigo al público rugir a mi alrededor y se me dispara la adrenalina. Entonces mi mirada se encuentra con la de Romanof. En su rostro, una mezcla de odio y fascinación.
Me quito los guantes y los lanzo en su dirección. Le hago un corte de mangas y vuelvo a gritar. El publico se vuelve loco, como si todos por allí compartieran mi rabia.
A la mierda Romanof. A la mierda los 700 euros que me adelantó a cambio de que me dejara ganar. A la mierda el hecho de que el último que lo estafó apareció en el manzanares al borde de la hipotermia y con las manos destrozadas a martillazos.
Que vengan a por mí. Los estaré esperando. Soy el trueno y la rabia. Soy imparable.
Que lo intenten.