IMPOTENCIA
Francisco Javier Sánchez Palomares | Trevor Miles

Era tarde para diñarla y pronto para irme al catre. No es decoroso morirse después de las siete de la tarde, menos aún en invierno; a esa hora, todo el personal involucrado en recoger tus residuos merece regresar a su casa para descansar. De modo que me vestí y bajé al Love me tender, el bar de Lou. Hace años era uno de esos locales que son lavanderías por el día y prostíbulos por la noche.
Cuando Lou lo compró, decidió mantener el nombre para no tener que cambiar el luminoso, siempre le hizo mucha gracia la bailarina de neón que levanta una pierna mientras pone a secar la colada al son de chisporroteos eléctricos.
—Otro jueves lluvioso. Los lunes tengo frío, los miércoles son amarillos y todos los días bebo. Sírveme una copa, Lou.
—Tu deterioro intelectual es cada vez más evidente, Trevor. Háblame en cristiano, que soy un sujeto muy elemental. Aquí tienes tu maldita copa.
—Sinestesia, Lou, se llama sinestesia. A ti te sacan del cine mudo de caídas grotescas y se te anudan las meninges.
—Lo prefiero a ser como tú, canalla.
Bebí un par de tragos más cuando reparé en una fémina que fumaba al final de la barra.
—¿Quién es aquella mujer?
—Te conozco desde hace veinte años, Trevor, y no te he visto las pupilas tan dilatadas jamás. Bueno, quizá aquella vez que… En fin, dejémoslo.
—Nunca la había visto antes, ¿quién es, cómo se llama, qué narices hace en este antro?
—Geraldine. Es la hija del alcalde. Le salió traviesa bebedora y aficionada en general. Tras intentar desintoxicarse sin éxito en varios sanatorios, su padre decidió que estuviera aquí en el bar. Así no tendría que escaparse de nuevo. Pero está casada, Trevor, con el comisario. Así que ándate con ojo.
Aquella noche no me atreví a decirle una palabra, pero noté cómo ella me radiografiaba. Las siguientes semanas fueron de tanteo y de tonteo. Nuestras aficiones comunes hicieron el resto. Logré una complicidad con ella poco habitual en alguien tan depravado como yo. Incluso me atrevería a afirmar que durante un tiempo fui feliz.
Unos meses después, había fracasado tantas veces en la cama, que observé con impotencia cómo ella comenzó a serme infiel con su marido.
—Lou, otra vez estoy en el agujero. Esta vez era especial, soy un miserable.
—Siempre dices lo mismo. ¿Cuándo demonios vas a sentar la cabeza, Trevor, cuándo demonios vas a tener una relación estable?
—No me lo permite Tráfico. Las relaciones duran siempre doscientas mil millas y a mí no me queda recorrido. ¡Deja de sermonearme y dame otra condenada copa, rápido!
—Lo que gusta de tu fracaso es que me sale rentable. ¿Quieres también cigarrillos?
—Y cerillas.