Sobre las 11 de la mañana, el funcionario de prisiones me llamó para que acudiera con urgencia en su despacho.
Ya hacía 9 años, 7 meses y 11 días que estaba cumpliendo condena en el Centro Penitenciario por un delito que no había cometido, pero que, injustamente, el Juez no creyó mi coartada, las pruebas desaparecieron y de poco sirvieron mis argumentaciones jurando que era inocente.
– «Buenas tardes Miguel, estoy aquí para decirte que después de muchos años aquí, en los que siempre has mantenido tu inocencia, sin poder probarla, hoy nos ha llegado una grabación, anónima, que demuestra que, efectivamente, tú no mataste a Candela, tu ex pareja, no estabas ni siquiera cerca de aquella fiesta donde sucedió todo. Sólo me queda pedirte disculpas en nombre de la Justicia, y decirte que con estas imágenes se demuestra tu inocencia, así que ahora mismo las he mandado al Juez Penitenciario para que inmediatamente te ponga en libertad, y haga todos los trámites para que tu reinserción en la sociedad sea lo antes posible. Después de esto, solamente nos quedará reabrir el caso y buscar al culpable».
Aquella conversación me dejó sin palabras. No pude decir nada durante unos minutos. Al final, sólo me salió un tímido: «Gracias, de verdad, muchas gracias.»
De vuelta a mi celda, me tumbé en la cama, cerré los ojos, y mil imágenes me vinieron de golpe a la cabeza, como si de repente esa noche volviera a cobrar vida, mientras, con una sonrisa en los labios, pensaba: «Gracias, hermanito, al final aquel hacker del que me hablaste en una ocasión, ha conseguido hacer un montaje creíble y real, pero ella nunca volverá a vivir y todos creerán que soy inocente, sin embargo no encontrarán nunca su cuerpo, jamás».