INSPECTOR SEPULVEDA
M CARMEN FERNANDEZ MAYORALAS | Elvira

Sepúlveda recibió el aviso de madrugada. Estaba de guardia. Esas guardias en las que siempre esperas que no te llamen, pero que a menudo falla la suerte y como esta vez te llaman, en Enero, de madrugada y por supuesto en domingo.

El aspecto del inspector a las tres de la mañana no distaba mucho del habitual a las doce del mediodía de un día cualquiera. Delgado hasta los máximos extremos permitidos a cualquier ser vivo. Con un tono amarillento de piel, los ojos normalmente inyectados en rojo y un rictus de asco en su boca. En este caso al ser invierno enfundado en su gabardina con un gorro de lana y una bufanda que le tapaba hasta su aguileña nariz, daba menos miedo que de costumbre.

También hay que admitir que como sabueso no tenía precio. Olisqueaba el lugar del crimen, acertaba bastante con la forma y el tipo de criminal y lo mejor cuando se encontraba algún sospechoso, nadie como Sepúlveda para conseguir en un solo interrogatorio toda la verdad.

Lo que Sepúlveda no esperaba, es que fuese uno de esos casos más odiados por todos los policías, por todos los detectives. Entre las victimas había dos niños de escasa edad. Los habían masacrado junto con sus padres, dejando en las habitaciones claros indicios de una violencia extrema y un ensañamiento espeluznante.

Obligado a visitar todas las escenas de los crímenes, Sepúlveda ocultaba como podía, detrás de su imagen y su máscara profesional, el horror, el dolor, la lástima por las pequeñas vidas inocentes, que se encuentran en un lugar inapropiado en un momento inoportuno, sin tener ninguna responsabilidad ni culpa en los acontecimientos. Como siempre pidió el historial de los padres, los antecedentes de los hechos, los primeros y básicos datos.

No había asalto al lujoso chalet donde se habían producido los crímenes. Tan siquiera habían intentado disimular llevándose algún objeto de valor. Solo buscaban hacer daño a las personas que allí estaban en ese momento y evidentemente el mayor daño posible haciéndoles ver sufrir a sus hijos.

¿Ajuste de cuentas? Viendo el historial profesional de los padres, un alto ejecutivo de banca y una famosa influencer no parecía lo más probable. Había que indagar en la vida de ambos.

Pero Sepúlveda, a la vista de la posición de los cadáveres y de las mutilaciones a las víctimas, tenía muy claro que el asesino sería un viejo conocido de la comisaría 23 del distrito del Barrio de Salamanca. Un nuevo asesinado de Elías.

Se habían cruzado en varias ocasiones, Sepúlveda conocía su modus operandi, su crueldad, su odio hacia toda la raza humana y su locura absoluta cuando alguien se reía de él.

Y ellos lo habían hecho. No sabía si conocedores o no de la existencia del asesino, pero lo habían hecho. Habían colgado en las redes su felicidad y su vida y su glamour y también el detonante.

“La familia de Ernst Holeen estrena su nuevo chalet en La Moraleja”.