INTUICIÓN
Sergio Salido Sorlí | Manuel Cardoso

INTUICIÓN

– Buenos días. Guarden silencio, por favor. Tenemos a la prensa esperando resultados desde hace semanas, así que quiero que presten mucha atención: no podemos permitir que se siga especulando con nuestra competencia, la credibilidad del departamento está en juego y no podemos cometer ni un solo error más. Quiero que todo el mundo tenga los ojos bien abiertos y que abran bien sus oídos. Observen con detalle cuanto suceda a su alrededor e informen ante cualquier dato fiable sobre la identidad o localización del sospechoso. ¿Me han oído bien?. Qué demonios hacen todavía ahí sentados. ! A las calles!. Barran la ciudad de arriba a abajo. No quiero que regresen sin resultados.
La inspectora Montiel recogió los documentos del caso que tenía sobre su escritorio y enfiló sus pasos hacia la calle. Necesitaba otro café, llevaba semanas sin dormir cuatro horas seguidas por culpa del maldito asesino de adolescentes y comenzaban a temblarle las piernas, las manos y hasta los párpados. Al salir de la comisaría encendió un cigarrillo que apuró en la puerta del Café Ribas, lo lanzó al suelo y en el justo instante en que procedió a apagarlo con la punta de su zapato, vio a un tipo orondo y entrado en años, intentando arrastrar una pesada maleta. La inspectora Montiel hizo el ademán de acercarse a él, le pareció muy sospechoso, pero de inmediato reconoció a aquel individuo.
-Buenos días Miguel, parece que la maleta podrá con usted esta mañana.
– Buenos días inspectora. Ya sabe, el negocio de las antigüedades es así.
Miguel era el amable vendedor del anticuario situado justo a la comisaría.
La inspectora sonrío para sus adentros y pensó en lo estúpida que podía llegar a ser. Cómo se le ocurrió pensar que el asesino en serie más buscado del país se pasearía por delante de la comisaría con el cuerpo de una joven descuartizada en el interior de una maleta, a plena luz del día.
Esta vez sí, aplasto la colilla de su cigarrillo, que seguía humeante en la acera, esbozó una leve sonrisa y entró en la cafetería.
Miguel siguió arrastrando la maleta hasta llegar al otro lado de la calle. Con tanto vehículo, cada vez se le hacía más difícil encontrar aparcamiento cerca de la tienda. Abrió la puerta trasera de la vieja furgoneta y cargó la pesada maleta. Subió al vehículo y salió en dirección a las afueras de la ciudad. Al llegar al monte de las Cruces, se adentró por una vía pecuaria y pasados unos kilómetros detuvo el vehículo, se puso los guantes, sacó la maleta de la parte trasera de la furgoneta, la abrió y esparció los trozos de carne por el bosque. Los jabalíes se encargarían de dar buena cuenta de ellos, pensó. De regreso a la ciudad vio a una adolescente de un metro sesenta, rubia de ojos claros. Miguel detuvo la furgoneta a su lado, bajo la ventanilla y le preguntó:
-¿Por favor, jovencita, podrías ayudarme?.