Sacó los polvos, el pincel y empezó a esparcirlos por el escritorio y el teclado. Tenía que haber alguna huella sospechosa, siempre encontraban algo. Luisa le insistió en que se diera prisa. Se enderezó y le dijo muy serio que le dejara hacer su trabajo. El cuerpo estaba sentado en la silla con el torso echado sobre la mesa. La mejilla descansaba en un ángulo incómodo encima del ratón, los ojos continuaban abiertos y la piel había adoptado un tono cetrino. Tenía un disparo en la sien, pero no había rastro de arma por ningún sitio. Mortal, sin lugar a duda, dijo Jacinto. ¿Cuántas horas crees que lleva muerto?, inquirió Luisa. No más de cinco o seis, murmuró él.
Bordeó el escritorio y se agachó a la altura de los ojos del difunto. Tenía la mirada ahogada, como si la muerte le hubiera pillado totalmente desprevenido. Le iluminó las pupilas con la linterna del móvil y no hubo retracción. Esta vez se había acordado de ponerse los guantes, así que abrió los cajones para ver si encontraba alguna prueba. Miró la pantalla del ordenador y el cursor parpadeaba al final de una frase. Leyó en voz baja: “Dejo todo mi patrimonio a”. Muy oportuno el asesino. O asesina, apuntó Luisa. Le pidió que recogiera muestras y ella, con los guantes puestos, abrió una bolsa de plástico, sacó unas pequeñas pinzas y comenzó a escrutar el cadáver. Le arrancó un pelo de la nuca. Luisa, no se trata de arrancarle muestras al cuerpo, le dijo Jacinto con voz severa y baja. Se trata de buscar lo que no sea de él pero que esté sobre él. Ella le miró subiendo los hombros y las cejas a la vez y le dijo, lo que tú mandes.
Jacinto sacó una pequeña lámpara ultravioleta que compró el mes pasado en Aliexpress, la anterior se le había roto en aquel asesinato donde encontraron el arma pero no el cuerpo. Apagó las luces y la paseó por la mano del finado. No hay sangre, dijo con decepción. Mientras Luisa buscaba pistas, observó distraída: pero en la mano, en todo caso, tendría pólvora del disparo ¿no? Y eso si ha sido un suicidio, pero no tiene pinta. Cierto, musitó Jacinto. En ese momento, Luisa estornudó sobre la espalda del muerto. Pero por Dios, Luisa, un poco de profesionalidad. Ahora tenemos un cadáver lleno de miasmas y encima tuyos. Así se contamina la escena. Lo que tú quieras Jacinto, pero creo que esto ya excede nuestra competencia, los compañeros tienen que estar a punto de llegar. Creo que tienes razón, nuestro trabajo aquí ha terminado, concluyó Jacinto.
Se subieron al coche y pusieron rumbo a la comisaría mientras se ponían las batas blancas. Tenían turno de noche y, antes de desplazarse al lugar del crimen, habían tenido tiempo de fregar la planta baja, por donde entraban los detenidos. Pero aún les quedaba la limpieza de toda la primera planta y el despacho del comisario.