JASPE
Rosa Isabel Cándido Mateu | Abel Ross

Esa mañana llegó otro caso: un nuevo cadáver había aparecido, igual que los anteriores: tumbado boca arriba y con las manos unidas por las palmas, como si rezase, sosteniendo entre ellas una pequeña piedra roja. Abandonado esta vez en lo alto del cerro llamado «de la vieja» (por una leyenda que me contaron alguna vez y había olvidado ya), apareció la quinta víctima del asesino en serie que mantenía en jaque a la ciudad entera. Se le había apodado «el asesino de las piedras».

La comisaría era un auténtico bullicio. El comisario daba órdenes a diestro y siniestro, alterado ya por la llamada a primera hora de su superior, el Comisario principal, exigiendo la resolución del caso cuanto antes.
No tenían pistas, no sabían por dónde empezar. El único punto en común de las víctimas era que habían sido todos, en algún momento de sus vidas, sospechosos de actos delictivos. Aparecían en zonas algo elevadas y apartadas, desangrados por una perforación en la arteria carótida.
Yo no era un agente de campo, me dedicaba a atender llamadas de los ciudadanos, y trasladarlas a mi superior, que era quien enviaba a los agentes a los lugares en los que eran requeridos. También me ocupaba de archivar los casos que se gestionaban en la comisaría, resueltos o no. Lo cierto es que pasaba bastante inadvertido, hacía mi trabajo de 8:00 a 15:00, no tenía trato con casi nadie de la comisaría, y al llegar a casa sólo me esperaba mi fiel gato. Era una persona solitaria, y lo prefería así. Resultaba todo más sencillo.

Ese día, como tantos otros, terminé mi jornada laboral y me marché. Jaspe, mi precioso gato de pelo rojizo, ya me esperaba al otro lado de la puerta. Comimos ambos mientras yo revisaba unas fotos que tenía en el móvil. Vi un rato las noticias, recogí la casa (me gusta el orden y la limpieza), programé el despertador para que sonase a las 21:00, y me acosté.
Al despertar, cené algo mientras revisaba las fotos de nuevo, porque no podía permitirme ningún error. Me vestí, cogí lo necesario y salí de casa, con Jaspe a mi lado.
Durante mucho tiempo, habían pasado por mis manos múltiples casos de asesinos, pederastas o maltratadores, que siempre se libraron por «falta de pruebas» o «errores administrativos».
No lo soporté más..

Esta vez, fuimos a por Manuel J.S, acusado de matar a su mujer, con denuncias por maltrato a una pareja anterior, pero liberado porque las pruebas «no eran concluyentes». Ya tenía en mi poder toda la información necesaria sobre él. Unos días antes había hecho fotos a su historial, y fui en su busca.
A la mañana siguiente, fue hallado un nuevo cadáver, desangrado y con una piedra roja entre sus manos.

Lo que no sabe nadie es que las piedras que coloco entre las manos de esos bastardos son piedras de jade rojo, que simbolizan la limpieza del alma, la justicia y el equilibrio…..…