—Cuéntame entonces qué hiciste.
Estaba sudando, pero no quería que él lo notara. La sala de interrogatorios apenas era más grande que una caja de cerillas y además el conducto de ventilación estaba obstruido.
—Me quedé petrificado. No podía dejar de mirar su cuerpo ensangrentado en el suelo.
Encendí con ligero temblor el cigarrillo que el guardia me había dado al entrar en la sala. La situación empezaba a ser muy tensa.
—¿Y qué pasó después?
Le di una calada grande al cigarrillo para tratar de calmar los nervios.
—Básicamente, nada. Me quedé mirando el cadáver simplemente. Con la mirada perdida. Ya, lo siguiente que recuerdo es oír a tus compañeros echar abajo la puerta principal.
Estábamos frente a frente el uno del otro y en el centro de la mesa había una serie de fotografías tomadas en la escena del crimen.
—Estas fotografías quizás te ayuden a recordar lo que pasó: treinta y dos puñaladas en el abdomen, cuero cabelludo arrancado a tirones, dedos pulgar e índice cortados, nariz rota y orejas extirpadas.
Me dieron ganas de vomitar en ese preciso momento. Más cuando vi al tipo expresar una enorme sonrisa mientras observaba su obra de arte.