JAZZ
Rafael Sadoc Hernández | Andy Kaufman

Al atardecer, el inspector Jaime Leandro estaba sentado delante del ordenador. Abrió el periódico digital en busca del artículo que firmaba la periodista de moda en las redes sociales. Otra vez, su título volvía a ser bastante sugerente: Jazz.

“Perdidos en una trompeta que suena como ruido de lluvia traqueteando los cristales. Seis paredes: cuatro muros, techo y suelo. Una pequeña lámpara con el foco fundido: para que no alumbre, para preservar lo más íntimo de las costuras de una blusa arrojada sobre una silla medio coja. No es bueno hacer el amor en los hoteles baratos cuando falta la música. No, no es bueno para Berta ni Julián hacer el amor sin Miles Davis. Será que el jazz es la música perfecta para los tríos. La cama semeja un diminuto infierno mal atado bajo los ojos de Berta: dos eriales negros bajo su pulcra cabellera. En las películas de antes, a las actrices nunca se les movía un pelo de la ropa, ni de la cabeza, por más que se ensañaran al hacer el amor, nunca estaban desordenadas. Solo que, aunque sea Davis y suene estremecida la trompeta, Julián ha recibido tres puñaladas en el pecho y Berta además de tener una media rodeando su cuello, acabó la noche muerta y despeinada. El cuarto sí se parece al de las películas de cine negro: aséptico y oscuro, porque los amantes como ellos no requieren de luz que enturbie los abrazos, requieren de relojes que corran muy despacio para alargar las horas alquiladas y requieren de un televisor para entretener la tregua que concede la carne insatisfecha después de la batalla de abrazos, arañones y uñas clavadas. Y, con ellos, una cucaracha que corre por los visillos ahulados, idénticos en tono a la colcha que cubre sus cuerpos aún sudorosos de saliva. Será, seguramente, que como Louis Malle, apreciamos los tríos; o que son, las cucarachas, una especie voyerista. Algunas noches debería prohibirse a los amantes ejercer su oficio para evitar que le nazcan al mundo besos tristes y algo arrugados en las comisuras. En esas noches, los recepcionistas de hotel alquilan mandos a distancia para televisores y ofrecen bocadillos de atún a precio módico con la única función de evitar suicidios desamorados y crímenes pasionales. Para esas noches lo mejor es siempre llevar a Davis en un pen drive en cualquiera de los bolsillos, para que te duermas en la quinta pista, pegadita a la orilla, arrebujada entre las sábanas percudidas por las huellas de quienes nos precedieron en el turno anterior. Hoy el día ha amanecido, después de una noche de jazz, con los cadáveres de Berta, prostituta y actriz de reparto y Julián, empresario del sector textil, han sido asesinados en el motel Luna Nueva, el único inconveniente para los agentes de policía es que entre las pruebas halladas había semen de un tercer individuo: ¿crimen pasional? Seguiremos informando, soy Elena Guerrero”

El inspector lo tenía claro, tocaba volver a investigar…