Jeffrey
Lola Gracia | Dalianegra

El sudor adolescente empapa la camiseta. Aún jadea. Se esconde. Lo mira correr. Su profesor lleva calcetas y shorts de un azul metalizado. Lo ama. Quiere besarle, lanzarse sobre su pecho y que se quede con él para siempre. Quiere decirle: aquí, en la oscuridad, no se está tan mal. Su rutina es pegajosa, como las horas y el silencio. Como la piel de los animales muertos que diseca. Odia a su madre, empastillada la mitad del día, la otra, denigrándolo. Eres detestable, monstruoso. Tú y tus bichos muertos. Pero le hacen compañía. No le atacan, no le agreden. El profesor también es bueno. Entiende que es el raro de la clase. Lo compadece, como si fuera un insecto indefenso. Pero es mucho más.
Su brutalidad escondida pugna por explotar. Como su acné, como una planta que rompe la tierra. Quiere acallarla, ponerle una mordaza. Será imposible. El profesor se acerca con respiración entrecortada. Le mira el cuello, el latido de su sangre es un río delicioso. Tiene una poderosa erección. Escondido entre la maleza sólo la nota él, en la estrechez de su pantalón. Pero no puede más y se masturba nerviosamente. Le quiere a él. Le quiere para siempre. Para besarle todos los días acostarse a su lado y sentir el latido de su sangre. O la carne apagada y fría, tanto da. Aquí en la oscuridad, no se está tan mal.
Todavía no lo sabe, pero Jeffrey matará a su profesor. Lo hará pedacitos y cuando la descomposición sea inapelable, lo eliminará con cal viva. Cal viva para su amado profesor muerto.
Todavía no lo sabe, pero aprovechará el abandono de su madre para crear en la casa familiar un auténtico museo de los horrores. Y dormirá con jóvenes efebos gélidos como el mármol. Luego los enterrará en el jardín. Quizá se guarde parte del botín para tenerlo a mano en futuros juegos eróticos. Una cabeza, tal vez. Un día su padre, casi le descubrirá.
Jeffrey sabe que lo que hace está mal. Su abuela le abofetearía y le pondría de rodillas a rezar toda una tarde. Pero no puede evitarlo. Los ama así, de ese modo extraño. Los quiere aniquilados. Los quiere quietos y sumisos, como a los animales muertos que disecaba. Aquí, en la oscuridad, no se está tan mal.
Un día robará un maniquí. Un comodín. Quizá podría imaginar que es su profesor cachas de pantalones azul metalizado. O el chaval que recogió haciendo autostop. La abuela lo descubrirá. Esa vieja metomentodo. Disculpará sus rarezas sin entender la locura.
Jeffrey celebrará su homosexualidad en bares gay. El diablo le llama. Un apartamento cutre será su nuevo nido de muertos vivientes. Despedazados en bidones, o congelados y envueltos en papel film. Ahora se los come. La mayor prueba de amor es tenerlos dentro.
Tras la eyaculación ve como su profesor se aleja. Calcetas, pantalón azul metalizado. Pero no será para siempre. Aquí, en la oscuridad, no se está nada mal.