JESUSITO
Consuelo Eva Gil Toba | Ricitos

Ella veía a Jesús y a varios santos, se topaba con ellos en su cotidianidad, hablaba, tertuliaba, los tuteaba en una relación diáfana y hasta simpática, y siempre estaba dispuesta a contarlo a quien quisiera oírla, y se emocionaba, oh sí, mucho, lloraba, se daba golpes contra el pecho como quien expía sus culpas, se restregaba los ojos con sus lágrimas y hacía pucheros, y la gente que la escuchaba se conmovía, se sentaba con ella y le pasaba el brazo por el hombro para calmarla o para compadecerla, no sabría decirlo, yo era bastante joven para entonces, recién casado para colmo, y la señora era muy amiga de mis suegros, su familia también era de inmigrantes españoles llegados a finales de los cincuenta, y el pobre del esposo la miraba atónito en medio de sus peroratas, quizá compadecido o cansado, me quedará la duda, porque eran tan nítidas sus visiones por lo que contaba, que quienes la escuchábamos sentíamos cómo la piel se nos erizaba, y no lo poníamos en duda, ¡eso jamás!, porque era una mujer seria y de edad, unos setenta años posiblemente, de gruesas carnes y de rostro pálido y sufrido, de ojos tiernos y labios temblorosos; toda una dama pues.
Dicen las crónicas periodísticas que la buena de la señora limpiaba los vidrios de su apartamento, los de las ventanas que daban hacia la avenida, y de pronto, ¡cataplum!, se fue abajo desde un sexto piso, y adiós, si te he visto no me acuerdo, quedó muerta, muertita toda ella sobre el pavimento, dijo el forense que ni lo sintió, y ni Jesusito pudo salvarla de tan cruenta que fue la cosa, de tan sorpresiva; quizá, como lo dijo la mujer que le preparaba la comida y la ayudaba en los oficios domésticos, se fue a su encuentro, tal vez quería conversar más de cerca con él, más de tú a tú, pues, era una mujer especial, porque no solo hablaba con Jesús y los santos, como queda dicho, sino que vomitaba conejitos como en los cuentos de Cortázar, aunque, preguntada al respecto por el inspector, la mujer dijo no haber visto tal portento, sino que su señora, como la nombraba, lo afirmaba con frecuencia.
Ni dudarlo, la cocinera fue detenida bajo la sospecha de haberle propinado a su señora el empujón fatal, aunque sea dicho, nada desapareció del piso: ni las joyas ni los dólares que guardaba en una cajita de metal, pero el inspector no encontró huellas dactilares fuera del entorno de la señora, y eso la incriminaba, y no sé si fue Jesusito el que me iluminó, pero un día me presenté en la comisaría y pedí hablar con el inspector, y le pregunté por el hijo de la señora, de si era también sospechoso, y me dijo que no porque estaba fuera del país desde hacía tiempo. ¡Ay inspector, si ella vomitaba conejitos pudo también parir a una bestia, no está de más que lea a Cortázar! Dije, pues.