—¿Inspectora Zayas?
—Buenos días, Sr. ministro.
—Lo han vuelto a hacer, esta vez es mucho más grave.
—¿Quién ha sido la víctima?
—El presidente.
Toma aire antes de responder.
—¿Cuánto ha transcurrido? ¿Dejaron alguna nota?
—Sí, como en las dos últimas ocasiones, una nota con su apellido; nada en las cámaras y poco más, las pruebas al personal dan niveles elevados de somníferos, estimamos que ha sido entre las 02:00 y las 05:00 de la madrugada.
—¿Se encarga el CNI? ¿Qué puedo hacer?
—Esté siempre conectada, cualquier llamada o mensaje comuníquelo y haga memoria. ¿Quién quiere involucrarle en esto y por qué? Páseme a Lagares.
—Sí, señor.
Entrega el teléfono y se dirige a su despacho.
—Lagares, ¿tenemos algo?
—Nada, desde el primer caso pinchamos sus teléfonos, cámaras en la casa y coche; anoche se acostó temprano y no se movió hasta esta mañana, ni llamadas, ni mensajes. Creo que está limpia.
—Entiendo, vuelvan al trabajo y no se separe de ella ni un segundo.
—Hecho.
Gema Zayas está abatida en la silla de su escritorio. ¿Por qué la involucran? El primer caso fue una victoria, un pederasta atado a una cama, un aviso a la policía y un archivo usb con información suficiente para detener a una docena de personas; dos cerdos en la habitación y la nota con su apellido. El segundo casi crea un altercado internacional, el embajador estadounidense disfrazado de caperucita, amarrado al embajador chino disfrazado de lobo en una zona de cruising y de nuevo su nombre en un papel. Y ahora esto.
—Jefa, nos vamos al Prado.
—¿Qué ocurre?
—En resumen, Las meninas no están y han dejado……
—Una nota con mi apellido.
—Exacto.
El escenario es un espacio vacío donde hasta hace unas horas colgaba uno de los cuadros más conocidos del mundo, una nota con un apellido y algo más esta vez, una manzana mordida. De repente Zayas lo ve claro, los tres cerditos, Caperucita y ahora Blancanieves y los enanitos.
—Creo que sé dónde está y con suerte encontraremos a alguien más. Al Palacio de Cristal del Retiro.
—Marchando.
Efectivamente está allí y también una Blancanieves a sus pies y un príncipe literalmente azul pintado de arriba abajo. El sobrino díscolo de su majestad. Blancanieves se incorpora.
—¿Se encuentra bien Sr Presidente?
—Sí. ¿Qué ha pasado, dónde estoy?
—Vamos a sacarlo de aquí y le pondremos al corriente. Lagares, hazte cargo, voy a informar al ministro.
El ministro respira aliviado y pregunta el porqué de estos actos.
—Quieren decirnos que pueden hacer lo que les venga en gana, no podemos detenerlos y dudo que podamos.
—Entiendo, dijo el ministro.
De regreso a comisaría se encierra en el baño, se lava las manos y la cara, mira el espejo y susurra.
—Voy a detener esto como sea.
—¿Tú? No seas ingenua, Zayas —responde y sonríe la imagen del espejo—. Sabes que voy por delante de la policía, al fin y al cabo soy tú. —El reflejo guiña un ojo, gira y camina agitando una mano en señal de despedida—. Cariño, hoy voy a salir de nuevo, vete pronto a la cama, mañana va a ser un día duro.