Estaba sentado en una de las mesas de la cafetería donde trabajaba. No era la primera vez que le veía aquel día. Esa mañana en el metro se había fijado en su rostro penetrante, justo en el asiento frente a ella, observándola, impasible, como un león que acecha a su presa minutos antes de saltar sobre ella.
– Un café, por favor.
La mano del hombre rozó su chaqueta gris produciéndole un desagradable escalofrío. Apenas se percató de que aquel hombre le había deslizado un papel subrepticiamente por la manga. Fue Matilde quien le advirtió de que se le había caído algo al suelo. Mara leyó el mensaje y luego soltó el papel aterrada. “Muere, bruja”. Inmediatamente buscó al hombre con la mirada pero ya había desaparecido.
La inspectora Luisa Belmonte analizaba el cuerpo de una joven que había sido asesinada en el arenero de un parque infantil. Al parecer, un niño de siete años había encontrado el cadáver. Había ido al parque con su cuidadora esa mañana, aunque poco pudo aportar más que la víctima tenía la boca llena de arena blanca. Se llamaba Mara González, era una mujer de veinticuatro años que trabajaba en una cafetería. Más interesante fue la declaración de su compañera del trabajo contándoles todo lo sucedido con un hombre misterioso y una amenaza anónima. Por desgracia, otras dos mujeres jóvenes también habían aparecido asesinadas en circunstancias similares. Una en un centro de ocio infantil, subida al castillo de una “piscina de bolas” y la otra frente a una guardería. Las dos víctimas habían recibido la misma amenaza en forma de anónimo: “Muere, bruja”. Las tres jóvenes no tenían ninguna relación entre sí, tan sólo que sus cuerpos habían sido colocados en lugares infantiles. Al menos, la pista del hombre del metro les llevó a algo consistente: un nombre y una dirección. Benito Ruiz, conductor del autobús escolar del colegio Miramonte. Pero al llegar a su casa le habían encontrado colgado de una soga en el baño, acompañado de otra nota: “perdón”.
La conversación con la directora del colegio Miramonte no fue como Luisa había esperado. Poca o nula colaboración. Benito era un hombre reservado sí, no se relacionaba con nadie, no, ninguna denuncia, los chicos le apreciaban… El caso parecía resuelto. Fue al salir del colegio cuando le pareció ver al niño que había descubierto el cuerpo de Mara en el parque.
Ya en casa, Luisa cavilaba con un cerveza y un sándwich en la mano. Oyó a su hija pequeña tararear una cancioncilla de un juego de Internet:
“Eran tres brujas malas
que tenían que morir.
La bruja blanca en la nieve,
la bruja verde en su torre
Y la negra en el jardín.”
Su hija le contó que era un juego protagonizado por un caballero que conduce un carro mágico y mata a tres brujas malvadas.
Tres niños del colegio Miramonte acabaron confesando. Eligieron a tres “brujas” y a su “caballero”. Benito era el mejor y hacía todo por ellos. Sólo era un juego.