―Hola ―saludó Esther al boxeador que entrenaba con el saco de arena.
―Dios…―suspiró fatigado al ver a la detective―. ¿Qué quieres?
―Nada, solo hablar un poco.
―No quiero hablar más del caso ―comentó reiniciando la pelea tras la interrupción.
―Lo sé, lo dices mucho. También tengo entendido que tampoco hablas de tu fallecido rival ―añadió la agente mirando el premio del campeonato regional.
Pedro siguió golpeando.
―Pero no te preocupes, esta será la última vez que tendrás que hablar conmigo. Encontramos al asesino de tu contrincante.
―¿Cómo? ―preguntó sorprendido, deteniendo el saco.
―Sí. Al principio pensamos que tu contrincante murió por una sobredosis al administrarse sus esteroides, pero encontramos al hombre que las dispensaba entre… vuestro gremio. Parece ser que era un buen empresario, pese a trabajar de forma ilegal, ya que recordaba lo que le vendía a cada cliente. Ese frasquito lo relacionó con tu entrenador, al que le suministró varias unidades.
―¿Qué demonios intentas decir?
El peleador se le acercó nervioso.
―Tranquilo tigre, hablo de tu entrenador, no de ti ―Pedro se detuvo―. Tras investigar su casa, encontramos las demás dosis. Solo él tenía acceso a ellas, podía moverse libremente por el estadio y nadie le vio durante los minutos en los que pudo intercambiar su dosis por la de tu adversario. Además, tenía un motivo.
―¿Cuál? ―preguntó Pedro expectante.
―Parece ser que, si no ganabas este combate, adiós a los patrocinadores, así que fue a lo seguro. Le caerán varios años.
Pedro dudó un momento.
―¿Y qué es lo que quieres de mí?
―Quiero que testifiques que tu entrenador compraba esos esteroides.
―¿Estás loca? Perdería a los patrocinadores.
―Si esperas suficiente, no habrá rastro de esos esteroides que no consumes en ti ―Esther guiñó un ojo―. Y solo tienes que decir que lo sabías, no que consumías.
―¿Por qué tanto trapicheo por mi declaración?
―Para asegurar una buena detención ―sonrió.
Tras meditarlo respondió:
―Está bien.
Esther tomó aire satisfecha.
―¿Suficiente? ―preguntó a alguien que faltaba en la conversación.
―Sí ―confirmó una voz decepcionada que salía de un rincón del gimnasio.
―¿Sergio? ―exclamó anonadado Pedro al ver cómo su entrenador revelaba su presencia.
―Yo confiaba en ti, chico. Sabía que fuiste tú, y estaba dispuesto a cubrirte.
―¿Colaborarás ahora? ―interpeló la detective.
―Sí.
―¿Colaborar en qué? ―exigió respuestas Pedro―. Oiga…
No fue más que un parpadeo lo que tardó Pedro en ser esposado por Esther cuando este intentó ir hacia su entrenador.
―¡¿Qué demonios haces?!
―Arrestarte por matar a tu contrincante. ¿Todos los motivos para detener a tu entrenador? En realidad, son para arrestarte a ti. Sergio tenía unas cámaras ocultas que se negaba mostrarnos, deduje un poco sus razones y le propuse poner aprueba vuestra lealtad. Ahora tendremos el video donde sales llevándote el frasco. Además, nadie te vio en los minutos previos al combate, y tenías el motivo perfecto para matarlo.
Pedro, el asesino, miró al decepcionado entrenador.
―No tenía opción. Si perdía, se acababa mi carrera. ¿Qué querías que hiciese?
―Luchar ―contestó Sergio cabizbajo.