El inspector había dejado atrás el portón de acero. Se mantuvo a la espera frente a la puerta principal del antiguo centro de reposo para tuberculosos ahora reconvertido en un hospital psiquiátrico.
-Adelante- dijo con sobriedad el médico internista. Quedaron solos y le pidió que le siguiese a lo que en la Guerra Civil fue un bunker antiaéreo bajo el edificio principal. -El interno asesinado padecía una enfermedad mental derivada de unos complejos problemas emocionales.
Traspasaron una puerta entornada y se acuclillaron frente al cadáver. -Se trata de Ramón Peñalver-. Luego señaló lo que parecía un boomerang -es una paleta quirúrgica. No hay duda de que le han golpeado con esto.…
-¡Valla, valla! No lo toque- rogó el inspector.
-Ramón no era un interno conflictivo, todo lo contrario -explicó el doctor retrayéndose, luego se incorporó-. Siempre estaba dispuesto a colaborar con los auxiliares y terapeutas, o a echar un ojo a los toxicómanos recluidos de la segunda planta. Los trabajadores sociales están intentando localizar a su hermano. Su única familia. Fíjese que casualidad, que esta misma tarde vino a visitarle.
-Créame -dijo el inspector buscando su mirada-. La casualidad no existe en el destino. ¿Podemos ver su habitación?
-Por supuesto. Tenga la bondad de seguirme.
El cuarto de Ramón, ubicado casi al final de un pasillo de la primera planta mostraba la austeridad impersonal de los hospitales; una cama, una mesilla y un armario. Pero ¿qué era aquello? Los hombres se aproximaron al otro lado del catre, al pie de la ventana embarrotada y miraron de cerca el bulto del suelo. Se trataba de un cuerpo, ¡otro! que como el encontrado por el personal de mantenimiento en el bunker, apuntaba exánime.
-Doctor ¿Sabía usted algo de esto?
-¡Por, por supuesto que no!- Después de encender la luz reconoció al fallecido; Ernesto Quiroga, un interno recluido en proceso de rehabilitación por orden del juez por consumo de estupefacientes. Le tomó el pulso y confirmó que era ya un cadáver. En su rostro se había congelado la mueca del espanto por el pánico que quizá le hubiese detenido el corazón.
Fue entonces cuando la sombra proyectada desde detrás del armario dio paso a una tercera persona que sin mediar palabra les entregaba la nota que dio sentido a todo aquel asunto.
-¡Señor Peñalver! ¿Qué hace usted aquí? -El doctor se incorporó y desdobló el papel refrendado por el tal Ernesto. Se trataba sin duda de una amenaza de muerte dirigida a Ramón Peñalver exigiendo drogas ya que él tenía contacto con el exterior.
-En contra de las normas del hospital -dijo el hombre atropellando sus primeras palabras- accedí a las suplicas de mi hermano de quedarme con él esta noche ¿Dónde está él ahora? Creí que se trataba de él. Pero este individuo entró en el cuarto y en cuanto me vio, cayó fulminado.
-¡Pero eso no tiene ningún sentido! -añadió el inspector negando con la cabeza.
-¡Si que lo tiene! -concluyó el doctor-. Los hermanos Peñalver eran gemelos idénticos