El detective Radford se encontraba en otro escenario criminal del que
habían apodado “El Salvaje”. Esta era su sexta victima y el modus operandi era el
mismo; un callejón oscuro y una victima descuartizada. El cuerpo yacía en un enorme
charco de sangre, los brazos estaban separados varios metros del torso, las piernas se
hallaban encima de un contenedor cercano y la cabeza reposaba encima del tórax,
como si tratara de exhibirse en un museo.
Su compañera Alice le informó rápidamente que se trataba de otro delincuente,
un extorsionador de la zona que se dedicaba a la venta de droga con mas de diez
delitos en su historial, una victima en idénticas circunstancias a la anteriores. La
investigación era clara, estaban ante un asesino en serie despiadado que mataba a los
que en el cuerpo de policía denominaban “Gente indeseable”.
El detective se acercó al cuerpo y vio una escena terrorífica. Se encontró algo
mareado y estuvo a punto de vomitar. No entendía tanta maldad y ensañamiento, no
comprendía como él mismo había podido realizar tal horror horas antes, simplemente
se dejaba llevar perdiendo la noción de la realidad sin ser consciente de lo que estaba
haciendo.
Por su parte estaba tranquilo, no sentía arrepentimiento ninguno, si la justicia no funcionaba y esos tipejos andaban sueltos por las calles de la ciudad él seria el justiciero que la gente inocente
necesitaba. Miraba a su alrededor viendo a sus compañeros investigando y no tardó
en darse cuenta que había realizado un trabajo impecable ya que la desesperación se
apoderaba de ellos ante la falta de pruebas e indicios. Alice le confirmó lo que
imaginaba, que a falta de la autopsia estaban ante otro caso frustrante, no cabía duda
de que a pesar de ser un crimen de lo mas atroz estaba hecho por un profesional
sanguinario sin escrúpulos.
En el rostro de Radford se dibujaba una ligera mueca de satisfacción apenas
perceptible para nadie. Se decía así mismo “John otro menos, cuantos menos hayan
menos posibilidades habrá de que lo ocurrido con Sally vuelva a suceder”. Pensó en
su hija y como un desalmado la había asaltado, violado y asesinado con apenas trece
años. Ese fue el primero al que descuartizó haciéndolo sufrir hasta pedir clemencia,
pero no fue por su culpa, sino por el juez que lo había dejado libre por supuesta falta
de pruebas. “Seguro que si hubiera sido su hija no lo hubiera dejado en libertad”
retumbaba en su cabeza con un eco profundo. Respiró hondo, se alejó un poco y
comenzó a convencerse de que no podía ser el ultimo, que tenía que seguir
implementando justicia. Necesitaba calma y sangre fría pues pronto encontraría otra
victima a la que eliminar para así seguir purgando las calles