Kairós
Daniel Portillo Martínez | Daniel Portillo

El sol mostraba tímidamente sus primeros rayos cuando el inspector Chamorro aparcó junto al cordón policial. Una especie de euforia contenida y culpable dominaba su estado de ánimo, y no podía obviar el mal presentimiento que lo carcomía desde que minutos antes un subordinado le había informado del crimen. «El Pensador» había vuelto, tras doce años de retiro. El cadáver de una joven estudiante, sin signos visibles de violencia, presentado en una actitud contemplativa, era la marca de la casa que tanto tiempo había esperado Chamorro. No es que quisiera ver morir a nadie más, pero desde lo más profundo de su ser anhelaba una nueva oportunidad para encarcelar a «el Pensador».

El inspector accedió a aquella atípica nave en pleno centro de Madrid: un antiguo taller de vehículos ahora en desuso. Fue directo hacia el cuerpo de la muchacha. La atmósfera del lugar lo oprimía, lo ahogaba. Había olvidado aquella sensación tan claustrofóbica. Una joven de rostro angelical yacía desnuda, con los ojos cerrados, sobre un sillón orejero de piel marrón oscuro, en actitud meditativa. Al acercarse, Chamorro sintió un escalofrío repentino. Recordó su mal presentimiento, y pronto reconoció uno de los elegantes tatuajes que adornaban el antebrazo de la víctima: la palabra “kairós”, flanqueada por una amalgama de estrellas y planetas. El curtido policía sintió que un agujero negro de tristeza lo absorbía. Por un momento creyó perder el conocimiento hasta que un fuego insoportable encendió su respiración. En una maniobra de escape, se dirigió a la salida, confiando en que sus colaboradores no hubieran percibido su reacción desmesurada. Aliviado, alcanzó la calle y buscó en el cielo una respuesta que lo sacara de aquel infierno.
-¿Estás bien, jefe?-Le preguntó Narváez segundos después, encendiendo un cigarrillo. Había salido tras él, extrañado.
-Sí, anoche no me sentó bien la cena. Sólo es eso.-Contestó Chamorro con seguridad, escrutando el rostro de su ayudante.
-Narváez perdió su mirada hacia el cielo, aferrándose a su cigarrillo. Tiene que ser muy duro estar en tu piel-Dijo por fin. Chamorro tragó saliva notando cómo sus pulsaciones se multiplicaban.-Para mí tampoco va a ser fácil.-Prosiguió Narváez.- Es ella, ¿verdad? -preguntó con mucho tacto.- Yo también la he reconocido. Lo siento en el alma.
-¿Lo sabe alguien más?-Preguntó Chamorro conteniendo las lágrimas.
-Todavía no-contestó Narváez dejando caer la colilla al suelo.
-Nunca te he pedido nada, Narváez.
– Lo que me pides es una locura. No puedes ocultar que la víctima era tu hijastra, va contra la ley. Y su madre no te lo perdonaría jamás.
-El perdón ya no es suficiente para mí, Narváez. Necesito encerrar a ese cabrón. Y lo que tenga que ser, será.
-Perderás tu trabajo.-Insistió Narváez en una mezcla de compasión y condescendencia.
-Eso es cosa mía. Tú chitón, ¿eh?. Llevo años estudiando los casos antiguos y sé cómo atraparlo.
-Ojalá no te equivoques, jefe.
– Gracias, amigo.