El rojo deslumbrante de la carpa destaca entre la negrura de los tejados de pizarra. Este año la primavera se retrasa y los charcos abundan, testigos de los días y noches que ha llovido sin parar, pero la troupe ha traído consigo la buenaventura a este pequeño pueblo de los Pirineos y hoy el sol empieza a despuntar.
Desde primera hora de la mañana los sonidos habituales del lugar se mezclan con la música, los gritos y las risas. Un caos que poco a poco se ordena, sin prisa pero sin pausa; todo tiene que estar listo para la función de esta noche.
Sigo con la mirada una gota que se escurre por la pared y se condensa junto con otras en la parte inferior de uno de los muchos carteles que empapelan las calles.
«Le Grand Cirque Mystike presenta en una única e irrepetible función al asombroso Míster Merino. 20h en la plaza Mayor. ¡Compre sus entradas antes de que se agoten!»
Instintivamente me llevo la mano al bolsillo y sonrío al notar que mi boleto sigue ahí. No me lo perdería por nada del mundo, llevo años esperando este momento. Junto con el boleto una carta ajada no solo por el paso del tiempo, sino por las veces que ha sido leída y estrujada entre mis manos.
A las 19.30h ya espero impaciente en mi asiento. A las 19.45h mis manos se preparan para aplaudir. A las 20h se apagan los focos, suenan los tambores y las trompetas y un único haz de luz ilumina el centro de la pista. Mi pulso se dispara al ver al famoso prestidigitador ante mí. Luce su clásico atuendo: pantalones negros, camisa negra y una imponente chaqueta morada con botones dorados envejecidos que atrae todas las miradas; un sombrero a juego completa el estilismo.
Pronto encandila al público, sus juegos de palabras son solo equiparables a sus juegos de manos. Truco tras truco hace gala de su maestría, el ritmo in crescendo nos aproxima al número final: la gran desaparición.
Apenas ha acabado de pedir un voluntario que yo ya estoy en la pista junto a él. Con gran ceremonia me introduce en la caja de madera. Observo como se atusa su afilado bigote antes de cerrar la tapa y culminar el show. Unas últimas palabras mágicas, un chasquido y ¡Tachán! El humo se dispersa y la exclamación inicial de desconcierto del público se torna presta en una ovación. De pie ante la multitud luzco con orgullo la chaqueta y el sombrero morados, dejándome embriagar por los aplausos y los vítores.
Al fondo de la trampilla completamente vacía, solo una vieja carta arrugada.
«Por la presente siento comunicarle que no cumple usted con el nivel para ingresar en la Escuela de Ilusionismo de Míster Merino. Siga practicando.
Atentamente, Mr. Merino»
Mi venganza, su última actuación, mi exitoso debut: la asombrosa desaparición de Míster Merino. El eco de su recuerdo se desvanece junto con los aplausos finales de esta única e irrepetible función.