LA CABAÑA
TAMARA ACOSTA DIAZ | LUNATICA

La luz

Se conocieron en un retiro para escritores. Fue un flechazo, de esos que te atrapan para no soltarte jamás; de los que te hacen prisionero de una cárcel sin posibilidad de libertad condicional. Ella se enamoró de su faceta risueña y de sus ojos transparentes, como el agua de un manantial; él de su impulsividad alocada y su determinación. Era ese tipo de amor que te quita el aliento, que se te mete en las entrañas; que te mata y te da la vida. Además, compartían el mismo sueño, el de convertirse en escritores de éxito. Durante un mes disfrutaron del silencio del que fluyen todas las palabras, forjando una unión intransferible. Se prometieron que romperían con su vida pasada y se irían a vivir juntos a una cabaña en el bosque para acabar la obra que cada uno tenía empezada.

Medio año después, han cumplido su promesa. Por las mañanas se separan cada uno en su habitación para evitar distracciones; al atardecer, se bañan en el lago bajo los colores del crepúsculo y la luz de una luna que comienza a asomar tímidamente por el horizonte; después dejan que sus cuerpos se sequen con la brisa, y en un gesto cariñoso, ella se alza de puntillas para salvar la distancia de los casi veinte centímetros que la separan de sus labios. Admiran las estrellas cogidos de la mano, disfrutando de un silencio ensordecedor.

La oscuridad

Durante esos meses él se ha sentido como nunca. Ella es el tipo de chica que te cala hondo. La chispa incendiaria que arrasa con todo. Tiene un talento inmensurable que demuestra la total certeza de que ese libro la llevará a la cima. La envidia en secreto. Todos los días la vigila, observa su metodología, intenta imitar su narrativa, pero sus intentos son fallidos. A veces en mitad de la noche se desvela y a hurtadillas se mete en su ordenador. Desde la ventana, mira al exterior; el bosque se le antoja tenebroso, las montañas se erigen amenazantes. Observa las siluetas a lo lejos que se le acercan y le susurran ideas que él prefiere enterrar. Las voces lo humillan, lo enfurecen. Lo instigan a hacer cosas que no quiere hacer.

Esa mañana ella se prepara un baño. Se introduce, cierra los ojos y enseguida nota el calor del agua en su piel que la envuelve en un estado de sopor. No es hasta que siente la fría y afilada hoja del acero, traspasándole la piel del cuello y ve como su sangre salpica las paredes blancas, cuando se da cuenta de que sus sueños se escapan por el desagüe junto al agua roja.

En ocasiones la echa de menos, incluso se arrepiente de lo que hizo. Sabe que no volverá a sentir un amor así, pero pronto las voces lo tranquilizan, señalándole el manuscrito con su nombre en la portada; en poco tiempo el mundo entero lo conocerá y sabe que todo habrá valido la pena.