Ane apretó el paso. Llegaba cinco minutos tarde.
Ella, que era tan puntual.
Había quedado con la viuda de Juan José Etxegarai, encontrado muerto de una paliza en un aparcamiento cinco meses atrás.
Ane, como detective privada, trabajaba ocasionalmente para seguros La Previsora S.A. y en esta ocasión tenía que visitar la casa del fallecido, antes de pagar la abultada suma del seguro de vida que tenía contratado, a su mujer.
La policía había investigado y la conclusión fue la de muerte provocada por uno o varios desconocidos. Quizás una pelea que se fue de las manos, teniendo en cuenta el estado de embriaguez que presentaba la víctima en el momento de su muerte.
La visita de Ane era puro trámite.
Llegó al edificio situado en un barrio periférico. Llamó abajo y subió por las escaleras.
En el rellano le esperaba la viuda.
– Buenos días, Ane Villanueva- se presentó mientras le ofrecía la mano.
-Buenos días, soy Isabel- murmuró la mujer apretándosela débilmente.
_ Sólo estaré unos minutos, no le molestaré mucho- explicó Ane.
La detective estaba segura de que no había tenido nada que ver con la muerte de su marido.
El piso era pequeño y bastante modesto.
En otra habitación se oían voces infantiles.
– Hoy tienen fiesta en el colegio- pareció justificar su madre.
– Tranquila, seré breve- siguió Ane.- Mi compañía me ha pedido que venga a informarla de que procederán a ingresarle la cantidad de 250.000 euros en unos días.
El proceso ha terminado.
-¡¡Oh!!- exclamó la viuda mientras se le escapaban las lágrimas- No sabe usted la falta que nos hace-.
Ane la compadeció. Apartó la vista para evitar el momento incómodo y en una estantería vio una fotografía de la familia.
Parecían felices.
– Bonita fotografía- dijo por decir algo.
-Sí, tiene unos años. Eran buenos tiempos. Juanjo era abogado. De los mejores, además. Todo nos iba bien- explicó la mujer con añoranza- Luego empezó a beber y todo se torció. Perdió el trabajo, se le agrió el carácter y todos acabamos pagándolo…
Ahora solo quiero salir adelante-dijo levantando la cabeza.
– Por supuesto- confirmó Ane mientras se ponía en pié para irse.- Por mi parte no tendrá ningún problema. Mucha suerte- añadió a modo de despedida.
Mientras volvía al coche, Ane pensó en las casualidades de la vida.
La casualidad de que la empresa le encargara este caso precisamente a ella.
Casualidad que Juan José acabara bien entrada la noche en aquel aparcamiento dando tumbos.
Y casualidad fue también que ella tuviera su coche aparcado allí después de una larga vigilancia.
Recordó lo inesperado que le resultó que la agarrara por detrás cuando trataba de abrir la puerta del coche, e intentara romperle la blusa con movimientos torpes.
Para ella fue natural echar bruscamente el antebrazo hacia atrás y romperle la nariz.
Eran muchos años de Krav Magá.
Quizás cuando el hombre cayó no debería haber seguido pegando.
Pero una tiene sus demonios.
Que normalmente controla.
Aunque ese día no pudo.
Y eso, quizás y solo quizás, también fue casualidad.