LA CAZA DEL ÁNGEL
María Luisa Sánchez Valle | Alicia Pascal

Después de cuarenta años de servicio, hoy era mi gran día. Vestido con el uniforme de gala esperaba la llegada del presidente del gobierno. Iba a imponerme la máxima condecoración al mérito policial, pero una cajita lo ha estropeado todo.
Hace un año, me encargaron continuar con el caso más mediático de los últimos tiempos. Noventa y seis secuestros en menos de seis meses y ninguna pista; ni ADN, ni cuerpos, ni testigos.
Coloqué las fotos de las víctimas sobre un panel. Entre ellas había varias personas albinas. Nunca había tenido contacto con ninguna y ahora buscábamos catorce.
—¿Dónde estáis?— pregunté a esos rostros que nos observaban incrédulos de su destino, colgados sobre una de las paredes largas de la comisaría.
Revisé todas las entrevistas realizadas hasta entonces, intentando encontrar algún detalle que se nos hubiese escapado durante la investigación. Me llamó la atención la declaración, rechazada y archivada, de una mendiga. Había visto en un callejón a tres hombres meter con mucho cuidado, una chica pelirroja embolsada “al vacío” en una furgoneta refrigerada donde había otras bolsas iguales.
—“Al vacío y con mucho cuidado”— repetía noche y día como un mantra—. Pero, ¿por qué asfixiar a una persona y proteger tanto su cuerpo si, por la falta de oxígeno, sus órganos quedaban inservibles?
Cotejé tantas veces los detalles de los desaparecidos que llegué a conocer sus vidas, sus caras y hasta sus tatuajes de memoria. Tenía que encontrar ese “algo en común” que no era capaz de ver y que mi instinto me decía que estaba entre sus fotos. Pero no había nada, salvo una piel extremadamente pálida.
—¡Dios, es eso!— exclamé con voz ahogada.
Durante meses, investigamos en la Deep Web páginas de contenido fetichista. Encontramos la foto de un tipo que llevaba una cazadora de cuero blanca, con un dibujo idéntico al tatuaje de una de las personas desaparecidas. Descubrimos que se trataba de un dermatólogo que, junto a otros colegas, proporcionaba datos de sus clientes a “Angel’s skin”. Una empresa que a través de una página web sólo para socios, vendía artículos de moda realizados con piel humana. Una vez al año, un avión privado trasladaba a los socios hasta un destino de lujo desconocido, donde pujaban por las piezas. Estas, alcanzaban precios elevadísimos, sobre todo, si estaban elaboradas en piel muy blanca con tatuajes o cicatrices originales.
Más de cien agentes participaron en la operación “Angel’s skin”. Tras un año y medio de trabajo, pudimos dar por cerrado el caso.
Mientras esperaba junto a mi familia, autoridades y prensa al presidente. Un camarero me entrega una cajita dorada que voy abriendo, al mismo tiempo, que me pasan una llamada urgente de comisaría.
—Comisario Lafarga, Interpol informa del secuestro de seis personas, cuatro de piel pálida y dos albinas.
Cierro los ojos deseando que todo sea una pesadilla. Al abrirlos, a punto estoy de desmayarme cuando descubro en la cajita, un pequeño trozo de piel extremadamente suave y pálida con un tatuaje que reconozco al instante.