La chica del autobús nocturno
Beatriz Roger Torres | Laura Luna

Corro persiguiéndola bajo la noche. Oigo ruidos más allá de este callejón casi vacío, tan sólo habitado por mí, por ella, que me saca algunos metros de ventaja, y por la sombra que he visto amenazarla y que ahora, con los ojos húmedos por el sudor que me resbala frente abajo, no consigo localizar.
-¡Espera!- vuelvo a gritar sin abandonar mi carrera- ¡Alguien te está siguiendo! ¡Para!- pero no lo hace. Oigo sus tacones volar sin apenas pisar el suelo, sus jadeos delatan su miedo, mis propios pasos y otros más quedos, quizás de unas suelas de goma, entre ella y yo. ¿Por qué no se detiene? ¿Acaso no me cree? Sólo intento salvarla de la sombra que la amenaza.
Me he fijado en ella en el autobús: media melena, flequillo joven, mirada inquieta y manos nerviosas, agarrando un pequeño bolso con fuerza. Los otros dos tíos también la miraban, cómo no. Y me he preguntado eso tan tonto de “qué hace una chica como ella en un sitio como este”, y digo tonto, porque tampoco es tan raro viajar sola en un bus de madrugada. También los había estudiado a ellos: un tipo de mediana edad, gafas, gabardina ligera, pelo escaso y labios arrugados. Sus ojos, como los míos, la devoraban.
-Deja de mirarla así, so cerdo- le había dicho mentalmente, sin abrir la boca.
El otro llevaba capucha de la que apenas sobresalía la punta de su nariz, pero lo podía adivinar poseído con la misma ansia del madurito.
Va a pasar algo, recuerdo haber pensado, saltándome mi parada, mientras mi cuerpo transformaba en músculos tensos, alerta.
¿Qué por qué sufría por la chica desconocida? No sé. Creo que por culpa de su mirada de niña y porque siempre he sido un cándido.
El conductor anunciaba con voz nocturna las paradas mientras dejaba que los frenos chirriasen . Una y otra vez. Pero como yo, ellos continuaban en sus asientos, sin aspecto de haber llegado a su destino.
-¡Penúltima parada!- y de nuevo, el viejo pedal del freno.
Y entonces, muy rápido. ella había saltado a la calle, el de la capucha también y yo corrido detrás.
-¡Detente!- sigo pidiéndole, acusando ya el esfuerzo de mi operación rescate- ¡Ese tipo anda detrás de ti!- giro a la izquierda . Algo y alguien me golpea en la cabeza. Caigo al suelo. La sangre cubre mi frente.
-La cartera- susurra ella, divertida- el reloj. Dámelo todo- El de la capucha sostiene una navaja. Me rindo y ella lo guarda todo en ese bolso que con tanta ansia protegía- no es nada personal, Batman- masculla, perdiendo su encanto. Tacones y capucha se alejan, dejándome solo, dolorido, patético.
-Son profesionales- asegura el del pelo ralo, agachándose frente a mí- no hay de qué avergonzarse. No eres el primero. Ni serás el último.
Veo su placa policial a través de mi sangre. Y pienso en la chica de los ojos asustados y el flequillo joven.