Las cámaras confirmaron no solo su identidad, sino también que ella llegó esa noche al hotel por sus propios medios. Los videos mostraban el check in, cuando tomó el ascensor y cuando abrió la habitación 6642 con la llave que le fue entregada. La hallaron en la mañana. Arturo averiguó en un par de horas que se llamaba Fany Morado, que tenía treinta y cinco años y que medía uno con sesenta y nueve. Manejaba las redes sociales de la multinacional de ortodoncia con mayor presencia en el país. Era soltera, no tenía hijos y vivía con su madre.
—Con un cepillo de dientes no se mata a nadie —le explicaba el administrador de aquel hotel a Arturo, mientras veía al equipo policial hacer de una de sus exclusivas suites de cien metros cuadrados un lugar estrecho, público y ruidoso.
Las cinco estrellas del hotel brillaban en aquella habitación de paredes cubiertas por un tapizado de terciopelo blanco, que servía para que las cosas rebotaran cuando fueran arrojadas contra él. Y el piso se cubría con un tapete gris que evitaba que sonaran cuando cayeran.
Lo único que había podido hacer ruido en ese cuarto, desde la llegada de Fany, había sido la bolsa de plástico cuando se abrió para sacar el cepillo de dientes de cortesía y el agua cayendo de la llave negra de acero inoxidable. El pequeño tubo de crema dental tenía un apretón marcado hecho con el dedo gordo de una mano. El cuerpo no presentaba ninguna evidencia de acto violento ejercido en su contra. Ella reposaba sentada en el extremo derecho del sofá de Jacquard color chocolate, mirando fijamente las gotas de lluvia chocar con los vidrios.
La última que la oyó con vida fue una amiga a la que le confesó, minutos antes de llegar hasta allí, que se iba a encontrar con un joven actor del que era admiradora y al que parecía llevarle más de diez años. Esto había hecho que el médico forense pensara que la dueña de ese cuerpo era una mujer inestable e inmadura. El pelo rojo es tinturado y pesa menos de 50 kilos, le dijo el médico a Arturo.
La amiga lloraba, mientras contaba en el pasillo que la primera vez que Fany vio que su actor favorito respondió con un corazón a uno de sus comentarios en Instagram, se lo hizo saber a todos con la etiqueta #existoparaTato.
El actor era conocido internacionalmente por una serie colegial que se había visto en más de cincuenta países. Lo que pocos alcanzaban a comprender era que el actor de veintinueve años estuviera interpretando a un joven de dieciocho. La diferencia de edad entre ambos, al final, no era tanta.
—No calculó la emoción que le daría ver a este galán y se infartó. La mató el amor —alcanzó a decir con un deje de burla el forense.
—Ayúdenme a contactar al actor, quiero saber si es responsable de haber dejado esperando a esta mujer —dijo Arturo.