El instinto asesino de Yolanda, nada tenia que ver con su aspecto dulce y tierno. El modus operandis denotaba un sadismo inusual. En verdad le gustaba matar. Abandonada a los impulsos más primitivos y egoístas. La elección de las víctimas formaba parte del proceso y disfrutaba casi como cuando era niña rasgando en canal una lagartija. Su prolifera vida sentimental le facilitaba el botín. Las fotografías atesoradas celosamente formaban un collage equilibrado y metódico, rozando lo enfermizo. El control le otorgaba poder, ese que nunca tuvo.
Lo de Pedro fue bonito, el encuentro lo preparé con ganas. Evoqué su romanticismo, esa noche de luna llena, bajo un cielo estrellado. Unas velas hicieron prender la llama. El mar como único testigo. Los párpados cerrados abrasados por el fuego de un cigarro rubio condenaban el daño producido. Su cuerpo desaparecido. Una polaroid inmortalizaba la escena.
Marcelo tropezó de nuevo con el pasado una tarde de resaca dominical. Nada había cambiado. Adicto veinte años después. Se alegró de verme. Fue sencillo urdir la trama. Un par de copas y algún aguijoneo al polvo blanco …¡atrapado! Él click del Zippo me transportó… rápidos los recuerdos, dolor sustituido. Los párpados cerrados abrasados por el fuego de un cigarro rubio condenaban el daño producido. Su cuerpo desaparecido. Una polaroid inmortalizaba la escena.
El arcaico de Ivan nunca enmendaría los daños infligidos con su baboso comportamiento. Senil, rancio y decrépito baboseaba como si no hubiera un mañana…despuntaba maneras de macho. Su abultada billetera y el posicionamiento social resultaban ganchos perfectos. Para cuando le vi el plumero y disipé el polvo, ya había hecho mella en mí. ¡Con dos cojones! dijo él. El look seductor actuó de conductor. Pitillos, escótazo y carmín urdieron el plan. Los párpados cerrados abrasados por el fuego de un cigarro rubio condenaban el daño producido. Su cuerpo desaparecido. Una polaroid inmortalizaba la escena.
“Ne me quitte pas… Il faut oublier…” “Olvida esas horas…no me abandones…” Evoco la suave melodía de Jacques Brel esa que nos acompañó siempre, tú de Francia, yo de España. Tú guapito yo lela. Tu prometías, yo profesaba. Efímeras palabras. Paris… tu pelo cano, yo teñida. Nuestra felicidad fingida, como impulso suicida, bombardeaba una remembranza como detonante. Los párpados cerrados abrasados por el fuego de un cigarro rubio condenaban el daño producido. Su cuerpo desaparecido. Una polaroid inmortalizaba la escena.
El sol aprieta esta mañana. Escondida entre las cadenas montañosas del Cáucaso, descanso sobre la ciudad de los muertos, nadie en el pueblo hace preguntas. Sobre la cama de mi modesto habitáculo custodio las pruebas, ceremoniosamente cae la tarde, el momento perfecto…como cada día…extiendo las fotografías, despojos de un merecimiento y uno a uno contemplo los cuerpos, cadaveres, inertes, fríos, sentenciados…¡excitación y regocijo por lo bien hecho! Repaso en mi mente el listado de mi prolifera vida sentimental, y como flash-back me veo chateando con el falaz, embaucador y bocazas de Ignacio…La resina de policarbonato de mi polaroid atenta avista la próxima presa.