Respondo que el día que me dieron el diploma uponía que, dado como está el mundo, me iban a llover casos de truculentos asesinatos, escabrosas infidelidades, secuestros, extorsiones, y demás delitos de trascendencia.
Y añado, tras un breve aplauso del público, que no me cayó ni un leve calabobos, nada de nada, en treinta y dos días. Que la mañana del trigésimo tercero, sonó mi móvil. Y que acepté el caso por estrenarme, pero que investigar las andanzas de un rottweiler, por precioso que fuera como aseguraba su dueño y mi
entonces cliente, no tenía parecido con los casos de mis sueños.
Desgrané los entresijos de la situación, que a su amo se le había escapado unos días antes, que gracias al chip la veterinaria de una clínica pudo contactar con él, y que el can, que sí, era un ejemplar magnífico, estaba en su casa cuando yo fui contratado. Lo que mi cliente quería saber era quien lo llevó a la clínica, para según deseaba, ofrecerle una buena recompensa. Los de la clínica no pudieron darle información por la ley de protección de datos.
Ese era el camino que me había conducido a las portadas de la prensa, y a esta entrevista.
La periodista quería más.
Como mi actual cliente, el recompensado generosamente por el dueño del rottweiler, me paga ahora para que busque perros válidos para su empresa, no consideré oportuno explicar este tipo de cosas, así que en lugar de contar cómo di con él, apostándome en el banco de un parque cerca de la clínica, siguiendo esa máxima que dice que el asesino, pongamos delincuente, vuelve al lugar del crimen. O su modus operandi, es un hacha con los reclamos, se deja una pasta en carne y chuches para perros. O su motivación, y eso que en un programa así habría sido genial confesar que todo lo hace por amor. Que está perdidamente enamorado de la veterinaria, a la que acude con dichas mascotas que él dice encontrar -yo diría secuestrar- aquí y allá, cuando pasea o trabaja – en eso no miente- es empleado del ayuntamiento en la conservación de parques y jardines, para sentir las cosquillas que le hace voz, bañarse en su sonrisa, o en sus ojos de mar en calma cuando se atreve a asomarse a ellos, y deleitarse con ese apretón manos al final.
Y me limito a centrarme en lo de la coincidencia, lo del pederasta que han detenido gracias a mí hace un par de días, el que operaba en el parque cercano a la clínica veterinaria donde ambos montábamos guardia, yo esperando la reincidencia del ahora mi cliente, y él, embutido en esa gabardina tan discreta de color, como innecesaria en pleno mes de julio, a que algún pequeño de despistase de su madre.