La comunidad de asesinos
ANTONIO DE TORRE ÁLVAREZ | Schreiber

—¡El asesino es él! —exclamó Poignot, señalando teatralmente con el dedo índice de su mano derecha al conserje de la urbanización— ¡y lo ha hecho con la complicidad de todos ustedes!
Un murmullo incómodo inundó la sala de juntas, convocada con carácter extraordinario, tres días después de la muerte en «circunstancias singulares» —según el informe policial— del inquilino del 4.º A.
El señalado hizo un amago de levantarse de su silla, pero el vicepresidente lo retuvo sujetándolo por el brazo, mientas le susurraba, con voz casi imperceptible:
—Espera, a ver qué cuenta este pirado.
El detective había sido contratado por una parte de la comunidad de vecinos para ayudar a la policía en el esclarecimiento del asunto, pero esta acusación colectiva lo complicaba todo. Los presentes repasaban con rapidez en sus memorias qué habían podido confiar durante el interrogatorio a este personaje que parecía sacado de una novela de otro siglo. Qué detalle podía haber contribuido a que llegase a esa conclusión tan catastrófica. Alguien tecleaba nerviosamente en el móvil mensajes para alertar a quienes le habían delegado el voto; otra persona expresaba su extrema preocupación en el grupo de Whatsapp ‹Maldito 4.º A›: «¡Hay que cerrar este grupo YA!». Lo que no sabía el autor del mensaje es que ya había suficientes capturas de pantalla como para poner en el punto de mira inculpatorio a todos los componentes.
Poignot prosiguió su explicación, con un tono de voz impostado que, de no ser por la gravedad del tema, habría causado hilaridad entre los presentes:
—En primer lugar, está la extrema hostilidad general —pronunció estas palabras regodeándose con cada sílaba— ante el vecino asesinado. Al parecer, se alejaba mucho de ser un vecino modelo, ponía la música a volúmenes inaguantables —esta otra palabra la remarcó haciendo el signo de las comillas con los dedos—, el olor fétido que salía por debajo de su puerta, sus modales huraños —repitió el gesto de los dedos— y, lo que es peor, ¡la tremenda deuda impagada que había acumulado! —aquí hizo una pausa valorativa, que muchos utilizaron para mirarse entre sí y señalarse con un dedo la sien, y prosiguió:— No me invento nada, son los testimonios recopilados entre los presentes y alguno de los ausentes.
La audiencia, que había aguardado alguna conclusión con un tenso silencio, no aguantó más, y estalló en un repentino griterío de improperios dirigidos contra el estrafalario Sr. Poignot, que chillaba para hacerse
oír, sin ningún éxito. Los asistentes se levantaron y empezaron a acorralarlo con la máxima agresividad, profiriendo insultos y lanzándole todo lo que tenían a mano. Cuando los objetos se agotaron, pasaron a darle puñetazos y patadas. La locura se había adueñado del colectivo vecinal. Entretanto, el conserje conseguía escabullirse y alcanzar la salida del lugar.
No pudo ir más lejos. Una patrulla policial —alertada por Poignot poco antes de iniciar su exposición—, llegaba y detenía al principal sospechoso mientras solicitaba refuerzos para impedir el linchamiento del detective.
Del balcón del 4.º A ahora cuelga un cartel: «SE ALQUILA. RAZÓN: EL CONSERJE»