‘-Ave María Purísima.
-Sin pecado concebida.
-En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
-El Señor esté en tu corazón para que puedas arrepentirte y confesar humildemente tus pecados.
-Padre, espero que a través de usted Dios perdone mis graves ofensas.
-Hijo mío, él, en su infinita misericordia se apiada de la flaqueza humana. Así que dime, ¿Cuánto tiempo ha pasado desde tu última confesión?
-Dos años padre, los mismos que hacía que no pisaba uno de estos sagrados monumentos.
-Eso no es lo esperado de un siervo del señor. Todos cometemos faltas, pero por eso mismo y para que los pecados no se enquisten, es mejor saldar nuestras deudas cuanto antes. Dime ¿Qué te ha mantenido tanto tiempo alejado de la fe?
-El suicidio de mi hijo, la persona que más quería en el mundo.
-Lo siento de corazón. Sin embargo, debes quedarte tranquilo que tal vez el señor en su infinita bondad lo perdone y algún día lo reciba en su reino.
-¡Que barbaridad! Como iba Dios a culparlo por no haber superado la depresión.
-Comprendo tu dolor, aunque no deberías hacer responsable a la iglesia de qué como sociedad, no estemos reforzando más el carácter de nuestros niños para que se acostumbren con resignación cristiana a la realidad de la vida.
-Perdone padre que le diga que no creo que quién no tiene hijos pueda entenderme. Sólo podría hacerlo quién perdiera de una manera tan infame a su ser más querido.
-Todos tenemos a alguien querido y nuestro señor me bendijo con una madre maravillosa. E imagino mi dolor si le pasara algo malo. Bueno, en todo caso hoy es un gran día puesto que has decidido volver al rebaño. Así que cuéntame tus faltas.
-He pecado contra el sexto mandamiento.
-Hijo mío, intenta ser más explícito.
-Acabo de violar a una persona de diferente edad… ¿No sé si me entiende?
-Sin duda forzar a un menor es un acto grave que merece una fuerte penitencia, pero comprendo que la carne es débil y, hay que reconocer que a veces también los menores pueden mostrarse lascivos.
-¡¿Cómo se le ocurre?! Se trataba de una mujer mayor. Y déjeme confesarle que también falté al quinto mandamiento. He golpeado su cabeza con una piedra.
– ¡Dios Santo!
-Padre, no me mire así, y recuerde, estamos en secreto de confesión.
-No puedo denunciarte, pero como penitencia puedo pedirte que te entregues a las autoridades.
-Por supuesto, ya no tengo futuro, lo haré en cuanto le haya contado el último de mis pecados, el que seguramente le parecerá el peor; la venganza.
-La venganza sólo le está permitida a nuestro Padre Celestial.
-Lo sé, pero compréndalo, estaba obsesionado por vengar la muerte de mi pobre hijo.
– ¿Fue acaso esa mujer la inductora de su suicidio?
-No, pero ella era la persona más querida del sacerdote que abusó de mi hijo.