LA CONFESIÓN
ACISCLO MANUEL RUIZ TORRERO | ACISCLO MANUEL

Habían pasado tantos años, que no sabía cómo contárselo a su sobrino.
Esa tarde había quedado con él en el bar, donde, tiempo atrás, solían verse los viernes por la tarde. Era uno de los pocos sitios donde le llamaban por su nombre de pila, Jaime, algo que agradecía, ya que lo habitual, en su día a día, era oír su cargo y apellido, inspector Medina.
No hacía calor, sin embargo, de no haber sido por el arma, de buena gana se hubiese quitado la chaqueta. Se sentó en la terraza y pidió una cerveza.
Fumaba compulsivamente, absorto en sus pensamientos, dándole mil vueltas a los últimos quince años. A la muerte traumática de su hermano, su compañero; su cuñada poco después, incapaz de superar la pérdida de su marido. Su sobrino, un adolescente que quedaba solo en la vida, al que cuidó cómo al hijo que jamás tuvo, y tan orgulloso le hacía sentir por su reciente ascenso a subinspector.
Ya había anochecido, llamó al camarero para pedir lo usual a esa hora, otra cerveza, acompañada de bourbon. Fueron varias las rondas, hasta que apareció su sobrino. Miró su reloj, puntual cómo siempre.
El inspector Medina fue al grano; impulsado por una necesidad imperiosa de quitarse aquel peso que le atormentaba y que le había consumido tanto tiempo.
Le recordó el caso que tuvo en jaque a la policía, quince años atrás, «el asesino del callejón». Su sobrino asintió; un caso sin resolver- exclamó-. Con curiosidad, siguió escuchando a su tío, sin saber muy bien por qué sacaba aquello a relucir.
En una ocasión, mientras tomaba una copa en una terraza, vio pasar el coche de su hermano, con una chica al lado. La misma chica apareció esa noche violada y asesinada. La tercera en diez días, mismo modus operandi.
Sin informar a nadie, comenzó a vigilarle, discretamente. Invadido por la terrible sospecha, colocó en su coche un dispositivo de rastreo.
Obsesionado, seguía sus pasos constantemente. Una noche, su posición le llevó hasta un lugar apartado, fue allí donde le sorprendió. El horror se apoderó de él al contemplar la escena. Le miró a los ojos, aquel monstruo no podía ser su hermano. Petrificado, reaccionó al ver su pistola apuntándole, le ordenó que la tirase, sin éxito. Tuvo que dispararle varias veces.
“Yo maté a tu padre, a mi hermano, mi compañero… al asesino”.
Su sobrino entró en shock. Por mucho que le explicase cómo alteró el lugar de los hechos para que su padre fuese un héroe, caído al enfrentarse al psicópata, o de las veces que se habría quitado la vida si no hubiese tenido que cuidar de aquel chico huérfano, nada escuchaba.
Cuando volvió en sí, su primer impulso fue pegarle un tiro allí mismo. Lo levantó de la silla a duras penas, consiguió llevarlo fuera de las miradas de los transeúntes. El camarero los observaba sin intervenir, se limitó a ver cómo se alejaban hasta torcer la esquina y perderlos de vista. Un disparo retumbó en el aire……