La conozco
Alba Font Caparrós | Dalia

Me siento. Me levanto. Enciendo el mechero. Soplo. Respiro hondo. “La conozco”. Me recojo el pelo. Me siento. Abro el ordenador. Tecleo “chica”. Lo borro. Tecleo “mujer”. Lo borro. Me enciendo un cigarro. “La conozco”. Lo apago. Miro la hora. 2:55 a.m. Otra vez. “Joder”. Cierro el ordenador. Me levanto. Abro un cajón. Abro el armario. Abro otro cajón. Busco pero no busco nada. Sigo abriendo. Desordeno. Abro una libreta. “16/02/2016: la abuela sigue en el hospit…”. Paso páginas. “3/05/2016: ha nacido mi primito”. Sonrío. Paso páginas. “23/07/2017: decidido, me voy dos meses a Dublín”. ¿Dublín?. Tal vez… No, no es de eso. “La conozco”. Cierro la libreta. Me siento. Abro el periódico. “Se busca por asesinato”. Miro la foto. Esos ojos… “La conozco”. Me tumbo en la cama. Cierro los ojos. “La conozco”. Me levanto. Vuelvo a coger la libreta. “24/03/2014: Marcos besa muy bien, aunque no soporto su sonrisa”. Paso páginas. “5/07/2015: he vuelto a tener la pesadilla. Esa sonrisa no se me quita de la cabeza”. Siempre me habían creado rechazo las sonrisas. Cuando conocía a alguien, evitaba mirar la mitad inferior de su rostro. Aunque mi madre tenía una sonrisa preciosa. Eso decía mi padre. Supongo que fue a partir de su muerte que dejaron de gustarme las sonrisas. Las relacionaba con la felicidad perdida y la inocencia arrebatada. Eso decía la psicóloga infantil. Nunca me lo acabé de creer. Pero yo ya no me imaginaba a mi madre. Su recuerdo estaba borroso. Recordaba a la perfección su pelo. Sus manos. Pero su cara… A la que intentaba visualizarla sentía una presión en el pecho. Como un mal augurio. Mi mente saltaba rápidamente a otro asunto. Aunque mi padre decía que teníamos la misma sonrisa. Me acerco al baño. Me miro en el espejo. Sonrío. Aparto la mirada. Sonrío. Me fuerzo a mirar. “La conozco”. Algo profundamente perturbador me invade. Un momento. Esa sonrisa… Mi respiración se acelera. Me estoy mareando. ¿Puede ser?. No… ¿No?. Siento una presión en el pecho. Todo me da vueltas. Lo veo todo negro. Me desplomo. “La conozco”. Golpeo mi cabeza contra el suelo. Empiezo a recordar. Era pequeña. Yo vestía de negro. Mi padre lloraba. Se fue a saludar a un grupo de gente. Lo estaban abrazando. Le daban fuerzas. Le decían “lo siento”. Yo empecé a andar. Recuerdo las piedras en el suelo y las flores. Andaba. Seguía andando. Me giré. No veía a mi padre. No sabía volver. No estaba sola. De lejos, en un banco, una mujer me observaba. Lloraba. La mujer lloraba y me miraba. Lloraba y reía. ¿Cómo lo había podido olvidar?. Esa sonrisa. Esos dientes. Esa mirada era pura maldad. “La conozco”. Llaman a la puerta. Me da un escalofrío. Me acerco. “La conozco”. Miro por la mirilla. “¿Mamá?”.