Su trabajo como agentes comerciales les había llevado a Esquivias. A Jorge le caía muy bien su compañera Clara. Ambos habían estudiado Filología Hispánica, pero como, por desgracia, es habitual en España, el título universitario no les servía de mucho, si acaso para amenizar las kilometradas en el coche.
En el Ibiza, decidieron que esa noche comprarían cualquier cosilla y cenarían en una de las habitaciones. Estaban agotados y no tenían ganas de buscar un restaurante que se ajustara a la mísera dieta que cobraban. Aunque sí comprarían una botella de vino.
Los dos recordaban de su etapa universitaria que la mujer de Cervantes, Catalina de Salazar, era natural de Esquivias, donde poseía viñedos.
La conversación derivó hacia ese tipo de anécdotas que maridan vino y literatura. Jorge narró la que otorga el sobrenombre de “La enfermera” a Isabel la Católica por su decisión de suministrar vino de Toro a sus tropas para enardecerles en la Batalla de Toro.
Clara se arrancó con otra anécdota enoliteraria que había conocido leyendo La Bestia, de Carmen Mola y que había fotografiado para conservar en el móvil: Parece ser que, durante la guerra de la Independencia, unos vecinos dieron muerte a un soldado francés en el local donde actualmente se ubica el LAMUCCA de Pez, en Madrid, y escondieron su cadáver en uno de los grandes toneles de vino del sótano. Según los parroquianos, era el que mejor caldo daba, así que era típico entrar y pedir al mesonero, un vino de la cuba del francés.
Jorge celebró la narración con una sonora carcajada.
Entre anécdotas, el viaje pasó volando. Aparcaron en la Plaza Mayor, y encaminaron sus pasos hacia una enoteca que gozaba de buenísimas críticas en varias plataformas.
Al entrar, ven cómo un individuo está amenazando al propietario con una navaja de grandes proporciones. Jorge no duda y con un rápido movimiento coge una botella de Fragantia y la estrella violentamente en la cabeza del atracador, dejándolo inconsciente.
El dueño, en un ataque de histeria, remata al ladrón con una mágnum (botella, no revólver) de Barbazul.
¿Qué he hecho?- se lamenta, y pide ayuda a los jóvenes, que le aconsejan introducir el cadáver en la cuba.
Días después, el inspector de policía Eduardo Villar investiga el paradero de un delincuente habitual, que acaba de salir de prisión tras cumplir una irrisoria condena por el robo de una joyería y el homicidio de su propietario, buen amigo del inspector.
Gracias a la cámara de una entidad bancaria, pudo comprobar que había entrado en la vinoteca, pero no había salido. Situó también el coche y a la pareja que entró minutos después.…
No había más que interrogar al propietario, que se derrumbó con la primera pregunta, y confesó.
-Dame una copa de vino de esa cuba- exigió el inspector.
-Delicioso……Si ha mejorado el vino, es la primera vez que ese tipo hace algo bueno- sentenció.
-Caso cerrado. Que tenga un buen día.