‘- ¿No me queda clara su relación con la víctima?
– Ya le he dicho. La conocía de pocos encuentros íntimos.
– ¿Se refiere a que mantenía una relación puramente sexual con la víctima?
– Queda frío verbalizarlo, pero así es.
– ¿Y por qué, teniendo una relación superficial, le dejó las llaves de su apartamento?
– Se iba a ir de viaje. No era una persona sociable y necesitaba que regasen sus plantas y cambiases la arena a su gato.
– ¿Es consciente de que ha aparecido en la escena del crimen en el momento que entraba la policía? Negar la autoría del crimen puede resultar poco creíble.
– Sufro narcolepsia cuando me enfrento a situaciones de estrés, o shock, ya le expliqué a su compañera.
– ¿Intenta decirme que entró en el apartamento, vio el cadáver yaciendo y desfalleció en un profundo sueño. Y justo despertó momentos antes de entrar los compañeros de Homicidios?
– A groso modo, es así.
– ¿A groso modo? ¿como si le diera miedo la exactitud de los hechos?
– No puedo ser más exacto. Cuando sufro episodios de narcolepsia tengo ciertas lagunas.
– ¿Entonces no podría afirmar que no haya sido autor de este demencial crimen? Le daré un dato más, nuestra criminóloga afirma que podría tratarse de crimen pasional. Aunque no han encontrado ADN.
– No creo que fuera el único en desordenar sus sábanas. Y aunque no recuerde con exactitud antes de desfallecer, sé que no soy un asesino y menos de alguien a quien tenía cierto apego reciente.
– Ayúdeme a creer que todos los indicios que apuntan a usted son circunstanciales. Cuénteme algo creíble, que no sepa.
– Siempre tuve la sensación de que huía de algo. Me comentó en nuestra primera cita, en LaMucca, que el pasado le perseguía.
– ¿Malas compañías o malos hábitos?
– Quizá ambas. Siempre quise evadirme de sus demonios internos, para tener una relación puramente pasional. No quería implicarme. Ahora me culpo. Quizá necesitaba ayuda.
– Es irónico no querer implicarse y aparecer en la escena del crimen.
– Yo lo llamaría perversa serendipia.
– Me están llamando porque ya tienen los resultados de la forense. Enseguida vuelvo.
Transcurrieron 15 minutos, que le parecieron eternos. Ese mal endémico de pasar tiempos de espera mirando cualquier vaguedad en el móvil no era posible esposado y desprovisto de todo ajuar. Se conformó con distraer la atención mirando las formas de las humedades del techo. Pensó que eran monstruos galopantes creados en interrogatorios de historias truculentas. La sala era una purgatorio de sospechas, indagaciones y fallidas conjeturas. Esa atmósfera asfixiante empezaba a pesar como una losa. Sabía que él no era un asesino, pero la culpa ejercía como espada de Damocles en sus sienes. Culpa de haber obviado un grito de auxilio en aquello que le confesó: «Los sinuosos caminos de la vida me han llevado a mitificar el Sueño Eterno. Y soy adicta a los barbitúricos»
Al salir de comisaría caía la noche. Se prometió que sería la última noche que pensaría en ella. Nunca lo fue.