Manuel era un hombre peculiar, y así era descrito tanto por aquellas personas que lo conocían como por las que no. Había crecido en un reformatorio de algún pueblo de la provincia, al ser huérfano de padre y madre. No se sabía a consecuencia de qué habían fallecido estos, y la respuesta de mayor valor informativo que el resto de vecinos le había llegado a sonsacar al hombre era “no sé, no sé, fue hace ya mucho tiempo”. Así pues, era descrito como un hombre peculiar.
Sin embargo, cuando el 17 de enero Susana, hija del dueño de la Carnicería Josefina, encontró el cadáver desmembrado de Eugenia, conocida en el pueblo por ser mujer de gran generosidad, todos los vecinos se reunieron horrorizados alrededor de la casa de Manuel. Quizás sea poco preciso decir que se lo encontró, ya que eran las nueve de la mañana cuando los órganos de Eugenia brillaban bajo los rallos del sol sobre el brillante césped de su jardín. Cada vez se iban allegando más y más personas, hipnotizadas por la espeluznante escena que tenían ante sus ojos. Sin embargo, sus miradas no estaban fijas sobre el césped, como cabría esperar, sino sobre uno de los grandes ventanales del salón, que proporcionaba una vista más interesante: una cuerda verde alrededor del cuello del difunto Manuel, sosteniendo su peso. Ninguno de los presentes lo habría admitido por aquel entonces, pero todos ellos sabían que la escena que se podía ver a través de la ventana sucedería algún día. Por supuesto, nunca se les había pasado por la cabeza que aquel hombre fuera capaz de cometer una atrocidad como la que se podía ver en el jardín, aunque tampoco les sorprendió. De hecho, les sorprendió más que nunca lo hubieran pensado.
Yo también tuve la mirada puesta en esa casa durante horas esa noche. No había podido distinguir lo que estaba esparcido sobre el césped, pero de alguna forma lo supe. Lo vi asomarse a la ventana, como abrió la puerta y se quedó de pie en el umbral durante un tiempo. Yo hice lo mismo. Juro que no tuve ni un solo pensamiento mientras pasaba, y me dio la impresión de que él tampoco. Cuando se volvió a meter dentro me fui a la cama. Sabía lo que iba a hacer y, aunque pueda parecer desalmada, no intenté pararlo. Quería mucho a Manuel, lo sigo queriendo, y por eso no lo paré. Sobrevivió la primera vez pero no podía volver a pasar por lo mismo, la misma escena, después de lo que le pasó a su madre. Tenía todo el derecho a no querer vivir. Él había hecho lo mismo por su padre.
Era la única que sabía que había un asesino suelto y, en aquel momento, ya había matado a cuatro personas. Nunca imaginé que yo sería la quinta.