Me encontraba delante de la comisaría sin saber muy bien que hacer, dudaba entre entrar o escapar de allí. No me acordaba de nada de la noche anterior. ¿Cómo explicaba a la policía que había un muerto en la entrada de la habitación donde, supuestamente, había pasado la noche?
Al mismo tiempo en la comisaría del distrito de Fuencarral la centralita de teléfonos no paraba de sonar desde muy temprano; la mayoría de las llamadas se referían a la foto que aparecía en los diferentes medios de comunicación de aquel siete de diciembre.
En un acto de valor entré. Enseguida el oficial de guardia salió a mi encuentro.
—Señor, ¿ qué desea?
Me miró fijamente… y sin mediar palabra me tiró al suelo golpeando mi cara contra él; estaba aturdido y sangraba por las comisuras de los labios. Después me colocó las esposas, me incorporó y me llevó por los pasillos hasta meterme de un empujón en un cuartucho lúgubre donde colgaba una lámpara de techo, la golpeó haciéndola bailar en círculos, cerró la puerta y se marchó.
El jefe de policía Ricardo Bonachera, no daba crédito a la noticia. Según le habían informado, el inspector Romero yacía sin vida en la entrada de una de las habitaciones del hostal Gallardo con dos puñaladas en el pecho. Pensó que era imposible. Hacía treinta minutos que ambos habían hablado en su despacho. Romero le había comentado que estaba tras la pista de la “Daga Roja”, y muy cerca de descubrir quién era.
¿Por qué la prensa había publicado la noticia antes de producirse, y cómo se habían enterado del asesinato antes de que ocurriera? Tocaron a su puerta y un oficial avisó que tenían al sospechoso detenido en el cuarto. Se levantó y se dirigió al lugar.
La puerta del cuartucho se abrió de golpe y un hombre corpulento de unos cincuenta años se acercó a mí y con cara de pocos amigos me agarró del cuello.
—¡Cuéntame por qué lo hiciste, por qué has matado al inspector!
—¡Yo no he matado a nadie! —le contesté mientras intentaba respirar sofocado.
—¡Habla! — me gritó.
—La verdad es que recuerdo poco… Había quedado para cenar con alguien anoche y luego me he despertado mirando una espalda llena de cicatrices, se estaba vistiendo. ¿Me pregunté si había pasado la noche con ella? La cabeza me daba vueltas y una bruma espesa paseaba por mi mente. No sabía quién era la mujer que se ajustaba un vestido blanco y unos Manolos. Su pelo pelirrojo resaltaba como el fuego, lo llevaba suelto y ondulado tapándole la cara. Entre la confusión me vinieron destellos de una dirección, Fuencarral 95. Cerró la puerta sin hacer apenas ruido, solamente un leve «clic». Después el silencio. De pronto escuché un forcejeo fuera; luego unos golpes en la puerta. Me levanté de la cama tambaleándome. Abrí pensando si sería ella. Un hombre cayó a mis pies; estaba muerto. Me vestí y he venido hasta aquí… ¿Y ahora, pueden decirme quién soy?