La luz de la luna se filtraba por las ventanas. Frente al espejo observaba su rostro cubierto por un manto negro y viscoso que resbalaba por su cuerpo desnudo. Fuerte y ágil como un depredador. Al lado, un cuerpo inerte en medio de un charco de sangre. La transformación se había completado. Ya sólo existía la Bestia. Su sed de sangre, insaciable.
Samuel de homicidios, experto en asesinos en serie, llegó a la escena del crimen. Otra mujer. Multitud de heridas similares a mordiscos cuyos bordes mostraban marcas de dientes afilados. Murió por la herida del cuello, desangrada en minutos. Igual que las demás. Alguien había avisado a emergencias, Marta, una vieja conocida.
Marta había sido vagabunda y drogadicta, sobreviviendo en la calle. Samuel intentaba ayudarla cuando podía. Una noche, la encontró sangrando tirada en un callejón. Una paliza. La llevó a su apartamento para curarla. Ella se insinuó, sólo él se preocupaba por ella. Pero la rechazó. Entonces Marta se marchó y Samuel no había vuelto a verla hasta ahora. Ya no estaba consumida por la droga, ni rastro de su apariencia enfermiza. Esbelta y atractiva. No tenía mucha información más allá de haber encontrado el cadáver. Samuel le dio su número por si recordaba algo. Samuel se fue a casa.
De madrugada sonó el teléfono. Marta jadeaba, respiraba con dificultad. La perseguían. Corría hacia el apartamento de Samuel, el único lugar seguro que conocía. Se interrumpió la llamada. Él salió rápidamente en su ayuda, pero en la puerta, se desplomó inconsciente. Golpeado por detrás. Despertó en su apartamento atado a una silla. Marta, inconsciente frente a él en otra silla. Samuel escudriñó en la penumbra en busca del asesino. Nadie.
Marta alzó su rostro hacia Samuel, ahora le miraba fijamente. Rabia y odio. Él le había infligido su última gran humillación. Enamorada de la única persona que le había mostrado cariño. Rechazada. Otro golpe demoledor. Desde entonces, algo dentro de ella tomó el control. Cada vez surgía con más frecuencia, necesitaba alimentar su furia, más sangre. Mientras la Bestia intentaba calmar su sed, Marta atraería a Samuel. Cuantos más cadáveres, más se acercaría él.
Marta se levantó arrancándose algo de la boca y tirándolo al suelo. Una prótesis. La luna iluminaba su torso denudo, lleno de tatuajes que simulaban el pelaje de un gran felino. Rayas y manchas. Aproximó su cara a la de Samuel y emitió un rugido salvaje mostrando sus verdaderos dientes afilados como colmillos. Samuel permanecía inmóvil, paralizado por el terror.
Se abalanzó sobre Samuel y clavó sus colmillos en el cuello desgarrando piel y músculo, seccionando la carótida y la yugular. Con cada latido del corazón de Samuel la sangre expulsada caía sobre Marta cubriéndola de oscuridad bajo la luz de la luna. Se irguió saboreando un estado de excitación que no conocía. Contempló extasiada su reflejo en el espejo, se enfrentó a la intensidad de su propia mirada. Marta dejaba de existir, la Bestia nacía bañada en sangre. Y estaba más sedienta que nunca.