La dama del hurón
Rebeca Jabonero Avilés | Arakné

Felipe se quedó atónito ante la imagen que tenía delante suyo. Las sensaciones que llenaban su pequeño cuerpo eran contradictorias. Sorpresa, repugnancia, malestar, ira…pero también admiración, belleza, gozo… ¿Quién podía haber hecho algo tan atroz y a la vez tan hermoso? ¿Cómo podían darse esos sentimientos en conjunto ante un crimen tan horrible? Quizás Felipe se estaba volviendo loco y aún no lo sabía. O quizás era simplemente que esa realidad era así en ese preciso momento.
Ante él, el cadáver de una joven que no debía de tener aún la mayoría de edad se mostraba sin haber comenzado su descomposición. Parecía estar viva, parecía estar en calma. Un tul semi transparente recogía su cabello castaño, y en su frente podía observarse una cuerdecilla que se anudaba tras su nuca. Vestía de forma inusual, no en concordancia con el año 2023, si no más bien eran como ropajes antiguos, clásicos, de esos que vestían las damas nobles de la edad media. Un largo collar de obsidiana colgaba de su cuello y rozaba ya su pecho inerte. Sus manos, colocadas a conciencia, guardaban el cadáver de un hurón que parecía estar disecado en vez de muerto. Pero un hilillo de sangre que caía de su boca atestiguaba que su muerte se había llevado a la vez que la muerte de la joven. Estaba sentada en una silla, con la espalda reposando en la pared; sus ojos abiertos miraban sin mirar a la nada, y su boca, pintada con un suave carmín rojo, parecía simular una sonrisa.
El comisario Felipe la contemplaba como quien, en un museo, se para ante la obra más bella para llenarse de toda su energía y su color. Pero la calle Joaquim Costa del Raval no era un museo, y aquello no era un pensamiento, era la realidad. El invierno traía en ese día, el silencio de los viandantes que querían pararse a mirar. Muchos ni siquiera querían detener su paso al ver las luces de los coches de policía y escuchar las sirenas atronadoras.
Felipe se acercó a la víctima y recogió un papel mojado del suelo “erbop zilefni arodaprusu euq osiuq emrabor im oiraid”. ¿En que idioma estaba escrito el mensaje? ¿Quizás en hebreo? ¿era acaso este el resultado de un ritual? ¿O era solo un mensaje dejado para despistar a la policía? Volvió a intentar leerlo, una y otra vez, mientras de tanto en cuanto volvía la vista hacia el fiambre, tan espantoso y sublime. ¡Un momento! – pensó para sí- ¡Esto está escrito del revés! -. “Pobre infeliz usurpadora que quiso robarme mi diario”. ¡Ese era el mensaje! ¿Y ella? ¿Por qué esa imagen le parecía tan bella? Pensó, buscó en su memoria y por fin lo vio. Era la dama del armiño. Era un esperpento de una obra de Leonardo Da Vinci.
Había conseguido descifrar las pistas. Felipe estaba más cerca de resolver el caso. Aunque aún le quedaban muchas obras por contemplar.