La duda
Sofía García Alemán | Garal

Nunca me había ocurrido antes. Nunca había fallado en mis estimaciones. Todo parecía haber encajado en el perfil. Su sonrisa como sistema de defensa, queriendo ocultar toda la rabia acumulada que no había desprendido en años. Rabia que encontraba un rallo de luz entre las sombras de su intimidad para salir. Salir en forma de aguijón venenoso que lentamente iba haciendo su efecto en sí misma y los demás. Esa era la razón por la que creí haber encontrado a mi asesina. No obstante, no era más que un señuelo. Su daño no pretendía herir más que a sí misma, con un mechero como arma debajo de los pantalones holgados que solía llevar. ¿Cómo podía haber errado en mis deducciones? ¿Qué me hizo patinar? ¿Qué sentimientos obstaculizaron mi juicio y no me permitieron ver de manera objetiva?

Todos mis demonios, como si de un simple botón que los activa se tratase, volvieron a resurgir: “No vales para esto, será mejor que derives el caso”, “Deberías haberte dado cuenta de su inocencia”, “No eres más que una farsante para los demás”, “Esta investigación te queda grande”.

Inmediatamente la sudoración inicial tras estos pensamientos estalló en un conglomerado de sintomatología que la acompañaba. Tensión, manos temblorosas, pupilas dilatadas. Cada vez mayor creencia de no poder controlar la mente y las emociones que, progresivamente, derivaban en un incremento de los síntomas. Comencé a caminar de lado a lado en el despacho cada vez más deprisa. ¿Cómo podía estar pasando esto otra vez? ¿Qué tecla había tocado la asesina, que parecía conocerme tan bien, para generarme esto de nuevo?. Los síntomas parecían ir en crescendo como los instrumentos de una orquesta, que haciendo gala de su técnica y maestría, utilizando como recursos un constante ostinato y una armonía, disonante como mis pensamientos, pero verídica ante aquellos que la escuchan, generaban más y más incomodidad. En un arrebato tiré la pizarra con todas las anotaciones, me arrinconé en la esquina del despacho y allí me quedé un buen rato. Frustrada, sola, aterrada por mis propios demonios. Siempre fueron ellos, mis propios demonios, la causa de mis mayores temores. Mi alto perfeccionismo, el no querer defraudar. Todo aquello era el cóctel perfecto para desencadenar mi mayor miedo, ser un fraude. Y que ella, o él, fuera quien fuera el autor o autora de todos los crímenes acontecidos, ganase.