Marcia se muerde las uñas en la penumbra de su habitación. Presiente que el sedán negro volverá esta noche. Inquieta mira a través de la cortina y sin darse cuenta aprieta la mano de Lucas que duerme en sus brazos, ajeno a la inquietud de su madre. Oye el crujir de la tarima y se le acelera el corazón. No hay nadie en casa. Contiene la respiración. No, no hay nadie más. Pero volverán, está segura. Oye vibrar el móvil, se enciende la pantalla y aparece el nombre maldito:
Asdrúbal. No quiere hablar con él, el miedo la paraliza. Abraza un poco más a Lucas. Una fuerza que no siente le ayuda a rechazar la llamada. Ojalá pudiera tan fácilmente rechazarlo a él. Pero no puede. Está presente en su vida, la obliga, la posee, al tiempo que la humilla y menosprecia. Ella lo sabe, conoce su juego. Esa atracción que la gobierna desde que lo conoce no ha cambiado. Cuando lo ve, su ser pierde toda voluntad. A veces piensa que realmente ha poseído su alma y su cuerpo completamente. Pero esta noche ha traspasado un límite y se siente abandonada.
Se acerca un coche, despacio. Ya vuelven. Esta vez no pasarán de largo, lo sabe. Deja a su hijo en la cuna y escribe un mensaje en el móvil. Está dispuesta a darles eso vienen a buscar. De repente se siente ligera. Sin darse cuenta ha soltado todo el peso que durante años ha ido arrastrando por la vida. Se dirige a la puerta y la abre de par en par. Se apoya en el quicio y espera la llegada de los dos hombres. Las imágenes se agolpan en su cerebro. Dan marcha atrás en el tiempo. El robo del maletín, las instrucciones de Asdrúbal, sus manipuladoras maniobras para convencerla, sus dudas, sus negativas, su primera oposición. De pronto se detiene el tiempo. Por fin lo entiende. Es dueña de su vida. Liberada, responde al saludo que le dirigen dos hombres con trajes oscuros. Pasen, pasen, por favor. Sé lo que quieren. Se dirige al dormitorio y vuelve con un maletín marrón. Ah, que no era marrón. ¿Seguro? Pues, sí que lo siento. Yo creí entenderlo así. Pero, ustedes no se preocupen. Ya le explicaré yo a Asdrúbal mi error. Adiós, buenas noches. No, no fue un error. No hubo robo, no hay entrega y aunque todavía no lo sabía, no hubo consentimiento. Se sienta y espera pacientemente la llamada de su amante-patrón. Su mente está vacía, porque ese miedo que lo inundaba todo ha desparecido, dejando una oquedad limpia, despojada de atracción y sumisión. Por fin vibra el teléfono. Aparece su nombre y esa foto que la tenía subyugada. Ahora es capaz de contestar. Asdrúbal, hoy no he querido hacerlo. Sí, soy yo la responsable, pero antes de que digas nada más has de saber que he cortado todos los hilos. Tu marioneta ya no responde. Alguien como tú sabrá encontrar a otra.