La puerta estaba entreabierta. La noche del 17 de octubre, sobre las nueve y veinte, la vieja casa de los Cromwell parecía muy tranquila. Existía la creencia popular de que aquel lugar estaba maldito, de que algo sobrenatural acechaba desde hace ya muchos años, incluso alguna que otra persona había escuchado ciertos rumores sobre presencias extrañas en la casa.
Yo había quedado con Peter Cromwell para charlar de unos temas personales a los que venía dándole vueltas a la cabeza. Alice, la actual Sra. Cromwell, había salido aquella noche a cenar con sus amigas a un restaurante del centro de la ciudad. Hacía meses que no se veía con ellas y la idea de pasar una noche sin sus tres sombras favoritas (sus hijos), le parecía un lujo que no siempre podía permitirse. Adam, el mayor de los hermanos Cromwell, era hijo de un matrimonio anterior de Peter, tenía 22 años y estaba estudiando derecho en la Universidad.
Al llegar, encontré la propiedad sin ninguna luz encendida y sin el bullicio habitual de una casa donde viven tres pequeños traviesos de 4, 7 y 11 años, por lo que algo extrañado empujé suavemente el portón de madera de la entrada que cedió sin oponer resistencia alguna.
La vieja casa de los Cromwell me recibió silenciosa. El único sonido que alcanzaba a escuchar era el crujir de la madera bajo mis pies. Todo estaba sumido en una tensa calma, incluso podía percibirse en el ambiente. Seguí caminando a través del pasillo. El salón apenas estaba iluminado por la poca luz que le llegaba de una farola próxima a la casa y parecía que nadie había pisado por allí en toda la tarde ya que los cojines del sofá permanecían intactos, cada uno en su sitio.
Encontré a Peter en la cocina, sentado frente a su cena, sin haber probado bocado. Juro por Dios que aquel hombre parecía estar en shock, como si su cuerpo se encontrara allí pero su mente estuviera en algún lugar que ni siquiera él sabía reconocer. Lo cogí por los hombros y lo zarandeé mientras intentaba hacer que sus ojos se fijaran en mí: – ¡Peter! ¡Amigo mío! ¿Qué te ocurre?
De repente escuché un fuerte golpe proveniente del piso superior y me precipité escaleras arriba pensando en los niños. Subí los escalones de dos en dos y me planté en la puerta de la habitación que compartían los tres pequeños. Lo que encontré allí fue devastador: los cuerpos de los tres hijos menores yacían en sus camas, intactos, como si estuvieran descansando. Los cuerpos de los tres hijos menores yacían en sus camas, sobre tres colchones encharcados en sangre.
Tan rápido como pude, saqué mi teléfono móvil del bolsillo de la chaqueta y marqué el número de emergencias. Me temblaban las manos y solo conseguí marcar el 999 al cuarto intento.
– Teléfono de emergencias. ¿Cuál es su emergencia?
– Estoy en la casa de los Cromwell, 133 Whitehall Road. Ha habido un asesinato.