147 de Avenida Costa Verde, esquina con Muelle Pinel, junto al Mercado Nacional de Abastos de Lima.
Un lugar no poco privilegiado junto a la playa de Macanahua, donde cada año cientos de surferos se concentran para navegar las cuasiperfectas olas de izquierda de Migolagua, es aquí donde vive Rodrigo Goipuru, El Reve. Una localización envidiable para un dieciseisañero que apenas levanta 1,67 metros del suelo.
Teresa de Goipuru, la matriarca de la familia, además de no estar nada conforme con la emancipación de su hijo mediano, se pregunta cómo el joven Rodri consigue sostener esta nueva vida de soltero.
Es martes, primera hora de la tarde cuando Teresa se presenta en el departamento. Nada más acercarse a la bahía, observa como varios jóvenes chávenes, descargan tablas de surf de un carro para después almacenarlas en lo que parece ser el departamento de Rodri.
Un café como honorable bienvenida a mamá, parecía ser el momento perfecto para preguntarle a Rodrigo cómo sobrevivía en su vida de adolescente emancipado.
Rodrigo le invita a dirigir la vista alrededor, donde un montón de tablas de surf cubrían las paredes del piso. Es entonces cuando se dirige a ella para confesarle dónde se alberga el tesoro que había dado a su vida un giro reptal. Co-ca-í-na, abrió los ojos de Teresa, quien entre endemoniada y sorprendida, asistía a esta confesión.
Era ahí, y no en otro lugar, donde El Reve y su prole, transportaban y distribuían la droga por el país, para después enriquecerse y disfrutar de una vida de lujo con los exultantes beneficios que el tráfico de sustancias les proporcionaba. La señora Teresa abandonó el apartamento con voz entrecortada bajo la tibia mirada de la pandilla de Rodri, expectantes a la reacción de la matriarca de quien era su mejor amigo.
7:45 de la mañana, miércoles, al día siguiente.
Suena el timbre, abre Rodrigo. lo único que alcanza a ver es uno de los uniformes de la DEI, Policía Antinarcóticos, entroncados en fusil, avistando sangre y fin al lisérgico sueño triunfal de la manada.
Segundos después, 3 tiros secos en rúbrica cruel y mortal, despojando las cabezas de los yacentes miembros de la DEI, salpicando aún húmedos sesos sobre las cabezas de Rodri y demás, para detrás, asomar el rubio y cano pelo ondulado de la señora Teresa enrolada en un dorado pistolón.
Mamá tras deshacerse de la ley, sentó a su hijo y al resto alrededor de la mesa para presentarles el nuevo modelo para distribuir los alijos, ideado por ella, con un interior mucho más amplio y estructurado donde albergar la droga.
Los ojos de Rodrigo y la manada comenzaban a navegar entre la espuma del asombro ante una madre que en lugar de delatar, si acaso, reprender a su hijo, decidió unirse y comenzar la que iba a convertirse en una de las grandes historias del narcotráfico en el Perú.
Bienvenida a la que a partir de entonces conocerían como LA FARAONA.