Inconcebible. Ilógico. Inexplicable. ¿Cómo era posible que en una fiesta infantil se hubieran producido robos? Nueve madres y dieciseis niños entre los cuatro y los ocho años disfrutaban de una soleada tarde en un recinto cerrado, amenizados por una animadora infantil. Dos carteras, dos móviles y una agenda electrónica habían desaparecido. Una cámara de seguridad era lo único que podía dar pistas. Era complicado, pero Emma iba a agotar todos los cartuchos hasta ver algo de luz: tres madres jóvenes jugaban con los niños en los columpios portátiles. Otras cuatro charlaban distendidamente sentadas en un banco, sin perder de vista la actividad de los chiquillos. La octava echaba una mano a la animadora. Y la progenitora que pasaba más desapercibida estaba de pie, expectante, vigilante, sin apenas interactuar con el resto. Era carnaval. Los chicos iban disfrazados; no se apreciaba ningún comportamiento inusual: una pitonisa hacía uso de sus poderes con su bola de cristal; tres mosqueteros ponían a prueba sus espadas. El Conde Drácula y la vampiresa parecían hacer planes de boda; un dinosaurio y un centauro corrían sin parar. Un dragón, un armadillo (disfraz muy elaborado) parecían estar ya cansados; no faltaban los magos, en este caso tres, dos niños y una niña, con sus varitas mágicas; un cocinero, un futbolista y una bailarina de ballet completaban el elenco. El juego del pañuelo y el pilla-pilla les mantuvieron entretenidos una hora…no había tiempo. La investigadora tenía que centrarse en lo que había provocado que las mamás descuidaran sus pertenencias:
una caída del tobogán sin consecuencias, el vástago en cuestión no se quejó, ni siquiera habló; parecía no haber sentido dolor, no lloró ni protestó. Otro retoño pareció atragantarse con un panecillo, y es raro que una merienda infantil pueda provocar un incidente así. En ambos casos caos, alboroto, se paró la diversión unos breves instantes, lo justo para que alguien hiciera acopio de algo que no es suyo, pero ¿quién? La joven que les entretenía no tenía bolsillos en su indumentaria para guardar nada, ni iba a jugarse su reputación cometiendo semejante acto. La investigadora dio la vuelta a la tortilla: los muchachos iban sobrecargados de ropa, algunos incluso con la cara medio tapada (pobres críos, qué incomodidad), ideal para esconder cosas sin notarse, ¡fuera tonterías! allí dentro debía estar todo lo que faltaba. El niño que no se inmutó tras la caída y el atragantamiento falso fueron la excusa perfecta para distraer al resto.Terminó la fiesta: cada madre se reunió con sus hijos y abandonaron el complejo. El dragón, el dinosaurio y el armadillo hicieron lo propio con ¿la suya? ¿o era prestada?; iban despojándose de capas y caretas; ¡tanto abullonamiento en los ropajes era un nido perfecto para guardar sus tesoros!Aumentando la imagen la joven detective pudo apreciar que algo sacaban de las mangas, y sus caras y sus manos no eran de niños. Un alud de sudor frío le congeló la espalda: ¡ ¡no eran niños!! ¡¡eran enanos!!