Llevaba tiempo preparándolo todo. Para ser exactos, desde el mismo día que la vio acompañada en aquella cafetería. Primero le regaló varios libros de plantas. Luego un manual sobre hierbas medicinales. Una tarde le llevó una cafetera especial para infusiones y un popurrí de hierbas. Espino albar, poleo, menta, aceite de camelias. Aún recordaba las risas del día del cannabis.
Tras dos años malviviendo, volviéndose loca, con el juicio nublado por el rencor, al fin estaba allí, delante de ella, viéndola inerte, el rostro relajado, con una media sonrisa que transmitía felicidad. También la observaban los policías que ella misma había llamado al encontrarla sin vida cuando fue a visitarla. No había rastro de violencia, ni de robo, solo la tranquilidad que da la muerte. Los agentes sólo pudieron encontrar una cafetera de infusiones con resto de adormideras. El caso se cerraría pronto: paro cardíaco por sobredosis.
Al ser preguntada, le contó a la policía la verdad: que normalmente tomaba infusiones para relajarse y dormir. Solo ella sabía cómo la incitó a ello, y solo ella sabía que no volvería a verla con su novio.