Salí corriendo, nunca dejarían que pudiera llevarme aquello, era como la bomba más grande, podría destruir el planeta, quien había concebido aquel horror debieran desterrarle de la Tierra, y si era para el enriquecimiento de las farmacéuticas, más lejos.
El grupo perseguidor era cada vez más numeroso, llegué a una esquina. No podía detenerme para preguntar, vi un mercado. Corrí hacia él. Mi mano sujetaba con fuerza el vial.
Aquel era llamado “mercado mojado”, común en Vietnam y China. Por tener los suelos empapados, para eliminar los desechos de los animales vivos o muertos. Era el “mercado mayorista de mariscos de Humanan” donde se vendían pescados, mariscos y todo tipo de animales. Aquí había animales salvajes o exóticos listos para ser sacrificados como comida o para la medicina tradicional china.
Un olor dulzón me penetró por la nariz. Había animales vivos, y muertos que colgaban de los techos, a la vista de los clientes. De tierra y de agua que acrecentaban aun más el desagradable olor. A los gritos de los mercaderes, se unió ahora el de las sirenas de la policía.
El suelo estaba cubierto por restos, la tierra entre oscura y roja a la gente parecía no afectarle. Murciélagos sucios y negros, se apilaban unos al lado de otros. Otro animal raro, llamado pangolín, de hocico largo, y cuerpo lleno de escamas, su carne, muy apreciada, se comía como manjar y se usaba en medicina. Se cocía en unas grandes ollas y se la llevaban en cuencos. Había perros encerrados en jaulas vivos o muertos en ganchos, esperando se los llevaran para la cena. Pescados y mariscos de lo más variados. Ratas y ratones que chillaban en cajas. Para muchas personas en china, estos animales son llamados “Tesoros de las montañas y sabores de los mares”, como los cerebros de monos o las patas de los osos, que son símbolos para los ricos y la élite.
Mi estomago comenzó a revelarse, pero no podía detenerme, por detrás, el alboroto de mis perseguidores era más ruidoso. Al meterme entre dos grandes mesas, choqué contra una señora que movía una enorme olla, comenzó a gritar, la esquive y me puse a su lado pisándole un enorme trozo de carne, que al despanzurrarse fue lo que me hizo resbalar y caer, mis manos se abrieron intentando parar el golpe contra el suelo, el vial se me cayó, rebotando, pero con tal mala suerte que se rompió, desparramando su contenido. Pegué un gran grito de rabia, algo en mi interior sabia lo desacertado de aquella acción y las terribles consecuencias que tendría para toda la humanidad. El líquido, los cristales y lo que allí hubiera se mezclaron con la tierra y lo que componía el suelo. Había abierto la caja de Pandora. Y a partir de ese día lo pagaríamos todos sin excepción ni condición. Tanto los hombres como las mujeres, los niños como los viejos, ricos y pobres, todos los habitantes de este planeta …. para siempre.