LA GUARDIA DEL AMOR
ALBERTO QUILES GUTIERREZ | ALBERTO QUILES

Una silueta de tiza fue el comienzo de la investigación de aquel hombre, que de un edificio de veinte plantas se desprendió sin corazón. El primero de los dos inspectores de la unidad forense de sucesos pasionales de la guardia del amor tomó su libreta y comenzó a esbozar con una destreza inigualable aquella imagen hasta que fue difícil de discernir de la realidad. Decenas de personas se acercaban a cámara lenta aterradas, sorprendidas y curiosas junto al velo brillante que les separaba de aquel suceso. El otro agente se acercó al cuerpo y posó la mano derecha sobre aquella frente fría. Cerró los ojos y suplicó en una lengua ininteligible apuntando con su rostro al cielo. Un halo invisible para los mortales atravesó desde los confines del mundo y se estrelló en el rostro de aquel agente que abrió los ojos con una bocanada ahogada de aire. Volvió a situarse junto a su compañero, que sostenía estoico su libreta, y acarició la hoja que recreaba aquella imagen. De sus dedos brotó una energía fulgurante, pero de color indescifrable, y la libreta tomó vida. Las formas y los colores danzaron sobre el papel; y aquel dibujo estático cambió a su antojo hasta que un lago y un banco tomaron forma.

En aquel banco, el corazón de aquel hombre se esfumó; una carta que aguardaba entre sus manos temblorosas se lo arrebató con el paso de un camión antes de cumplir las seis primaveras. Los desvaríos le quitaron el derecho hace tiempo y ahora el tiempo de redimirse dejó de existir.

Las imágenes siguieron cobrando vida y aquel edificio apareció en acción; y no se ralentizó hasta que aquel desdichado en aquella azotea se dibujó.

Fue como un desgarro, no quiso más dolor. Junto al precipicio de aquella cornisa, levantó la mano derecha en forma de garra al cielo. Con el rostro envuelto en lágrimas, pidió la fuerza de Sansón y cerró los ojos. Un rayo invisible impactó con su mano electrizando todo su cuerpo, que se estremeció con un espasmo. Fue entonces cuando con un golpe seco sus dedos impactaron con su pecho para arrancar su corazón, que cayó marchito; y su cuerpo, inerte y sin vida, se desprendió al vacío.

La hoja de papel volvió a su blanco natural y los agentes cerraron la libreta. Aquel cuaderno comenzó a girar con un efecto de transformación hasta que se convirtió en un sólido perfecto, un objeto con forma de corazón. Con el sonido estridente de las sirenas, llegaron la ambulancia y los coches de policía. Varios agentes comenzaron a acordonar la zona, en el momento en que el trabajo de la guardia del amor terminó.

Ya en la sede principal, los inspectores se dirigieron a la biblioteca y en el pasillo correspondiente dejaron aquel corazón junto a otro de menor tamaño. Aquel que pertenecía a un radiante y pequeño lucero, la niña de sus ojos, su único y verdadero amor: su hija, su pequeña pitusa.