El fuerte olor a humedad domina todo el ambiente que, junto a la gruesa capa de polvo que impregna todos los muebles, hace que el lugar se convierta en una sala de tortura para un asmático. Por suerte, este no es mi caso, heredé los buenos pulmones de mi padre.
Por mucho que quiera ser tan sigiloso como un gato, el crujir del podrido parqué va a despertar a todo el bloque. Voy con cuidado de no tropezar con nada a través del amplio salón, hasta llegar al gran ventanal del fondo y correr las cortinas para que la luna llena ilumine toda la estancia.
Las luces de la ciudad y su alboroto entran para acompañarme al lúgubre piso. Incluso oigo las sirenas llegar en la lejanía; los refuerzos que solicité están al caer.
Dos meses de intensa persecución me han traído aquí, al escondite del villano. No obstante, este no es el Joker o Norman Bates, es real y ha asesinado a una familia entera a sangre fría. Casi entera más bien, ya que la pequeña de la casa sigue desaparecida, y con suerte respirando aún.
Todavía tengo grabada en mi memoria la cruenta escena que conformaba la escena del crimen. La sangre coloreaba por completo la superficie, siendo imposible distinguir a quien pertenecía, pues los miembros de esa desgraciada familia se mezclaban descuartizados por todos los rincones. Muchas duchas después sigo sin poder quitarme ese olor a muerte.
Me dirijo hacia el dormitorio, con el arma desenfundada y lista para disparar si era necesario, no creo que nadie echase de menos a este desgraciado si se me va el gatillo. La cama está deshecha, y es lo más limpio que hay en el apartamento. Alguien ha dormido aquí recientemente.
Al darme la vuelta para inspeccionar toda la habitación, veo a un hombre que me apunta con una pistola. No lo dudo, disparo primero.
Los cristales al romperse seguro que hubiesen advertido a cualquiera que estuviese escondido. Sin embargo, el silencio vuelve segundos después de que el eco del espejo destrozado desaparezca.
En el aparador justo debajo del desdichado espejo, veo una foto. Pequeñas manchas rojas oscuras, casi marrones, la ensucian enturbiando la bonita imagen que está reflejada.
Un niño vestido de marinero blanco de la primera comunión, con una sonrisa de oreja a oreja y con los ojos tan achinados de felicidad que los tiene completamente cerrados. Al lado, con un gesto más tímido, hay una pequeña con los ojos claros como el agua de una playa tropical, clavándose en mi como puñaladas.
Los recuerdos invaden mi cabeza como un tsunami. ¿De qué me suenan estos niños? ¿Dónde los he visto antes? Necesito recordar.
Un crujido me despierta. Alguien ha entrado. Me quedo bloqueado y paralizado, no sé que hacer. Un hombre entra en la habitación, apuntándome con una pistola.
– ¿Dónde la tienes?
– No lo sé.
– ¿Sigue viva?
– Creo…creo que sí.
Un grito ahogado suena dentro del armario.