LA HERMANA MAYOR
Virginia Roca MORALES | Señorita Pennylane

El olor a humedad y miseria fue lo primero que percibió Reyes cuando entró en el edificio. El hedor de los pisos bajos en los que la ropa se mal seca en un tendal, dónde no entra la luz por miedo a ser embargada.
La agente estaba de mal humor, durmió mal y le picaba la faja. Sentía llegar la menopausia cómo se siente un miembro fantasma: no estaba allí pero ya le
molestaba.
“Alicia no se mueve”, había dicho una voz infantil al otro lado de la línea unos minutos antes “ no se mueve desde hace mucho rato”.
Comprobó los buzones pero el nombre no aparecía en ninguno de los ajados membretes. En dos de las tres puertas no abrieron y cuando se dirigía a la tercera, apareció una niña delgada, con ojos espantados. “Es aquí, señora. Alicia no se mueve” . Comprobó que no estaba herida y llamó inmediatamente a los dos
hombres que esperaban en el coche patrulla. Ya dentro de la casa, comida de moho, observó que no había señales de violencia. La niña dijo que su madre estaba trabajando. En compañía de los dos agentes, registraron la casa y no tardaron en encontrar, flotando boca abajo, un bebe de unos tres meses en el agua de la media bañera.
Reyes comprobó que no había signos vitales y gritó a la niña si el bebé era Alicia. Sudorosa, movilizó a los servicios de emergencias. Intentaron sin éxito localizar a la madre.
Acordonaron el piso, y allí se presentaron ambulancias, coches patrulla, el forense y la policía judicial.
Reyes se tomó un ansiolítico arrepintiéndose de haber salido ese día de la cama. Odiaba desplazarse a Carabanchel, los pisos oscuros , la faja que tenía que soportar todo el día para que no le reventara la hernia y todo lo que tenía que ver con su trabajo. En el momento en que los forenses iban a comenzar el levantamiento del cadáver, entró la madre con la cara desencajada y aullando : “¡Mi niña, mi niña!”.
Abrazó a la chica, estupefacta.
– No entiendo nada- le dijo a Reyes. – Mi hija está perfectamente y yo llevo catorce horas trabajando. Tenía guardia.
– Esa hija no. Lamento decirle que la fallecida es la otra menor.- le informaron
– ¡Pero yo no tengo más hijas !- bramó entre lágrimas
La siguieron al diminuto cuarto de baño, dónde dio fe y reconoció, sin titubeos, que la muñeca reborn de su hija, se encontraba en condiciones óptimas. Tal vez, acabaría criando un poco de verdín por lo prolongado del baño.
Reyes enfiló hacia el coche, pensando en el multón que le iba a caer a la madre y viendo, por el rabillo del ojo, como la niña la saludaba con la mano, sonriendo. “Ha asegurado que su madre se quede con ella”, pensó mientras arrancaba. Sintió en los huesos las horas de soledad de la chavala y a pesar del espantoso ridículo que había hecho , ya no estaba tan enfadada.