Hermenegildo frecuentaba, con asiduidad, el restaurante La Carmen para almorzar. Berta estaba tentada de pasarle allí las llamadas, que debía declinar durante su ausencia, pues dejaba el móvil en la oficina, para desconectar. Al tanto de su intranquilidad, comprendía que buscara lugares de ambiente agradable donde evadirse. La cuestión entre manos se le atragantaba, a él que era de buen manyar. Llevaba años siendo su asistente, le conocía bien, por lo que sabía que las notas pasadas no tenían dirección. Divagaba y eso le estaba frustrando, a la par que generando una úlcera.
La viuda del alcalde se había personado, dos semanas atrás, trajeada y subida a doce centímetros, para solicitar sus servicios. Dejó caer que los funcionarios del Estado se las estaban viendo de moral distraída para dar con el asesino.
-Encuéntrelo, para encarcelarlo, y enterrar los fantasmas judiciales de una vez.
Tres habían sido los asesinados, además notables. El juez Fernández Pi, el Comisario de policía Aguirre y el Alcalde de la ciudad, Vacanegra. Los tres en tres semanas consecutivas. Los tres habían aparecido en distintos portales de la calle Fresadores, desde hacía un mes vigilada noche y día. Su único nexo de unión, hasta el momento, eran unos procesos antiguos, donde el juez era abogado, el Comisario Subinspector y el Alcalde un mero empresario de hostelería. Aquella mosca cojonera había sobrevolado sus cabezas cuando fueron nombrados en los cargos, mas no había terminado por posarse sobre ninguno, al no encontrarse pruebas que fundamentaran unas supuestas irregularidades en los mismos.
Los fallecidos lucían en sus muñecas sus relojes, curiosamente de la misma edición limitada Roger Dubuis y detenidos a la hora del cuervo, las diez y diez. Así había apodado la sagaz Berta al caso.
Había una cuarta implicada. Se encontraba en paradero desconocido. La marchante de arte Ximena Bernal, actual jefa de exposiciones temporales del Museo del Prado, fue quien les compró los relojes.
¿A cambio de qué? ¿Su desaparición la convertía en víctima o la incriminaba?
Gildo sentía que se le escapaban los cabos a los que amarrar un caso que iba a la deriva.
Berta reorganizó las notas sobre la mesa.
-Tenemos los expedientes, el reloj, la hora y la calle. Probemos con algo ¿Existe el piso diez, del veintidós de Fresadores?, quiso saber Hermenegildo.
Berta buscó en su móvil y bingo, apareció un piso de alquiler turístico. Ningún documento tenía que ver con esa dirección.
-¿Y si el suceso no trascendió, pues no se denunció, y ahora hay quién ha decidido ejercer de juez y verdugo?, pensó en alto su jefe.
-Creo que el asunto es de 1995. Año en que se fundó la marca de relojes y la edición del modelo. La clave está en qué pasó en Fresadores entonces.
Gildo respiró hondo y se recostó en su butaca Eames. Una brecha se adivinaba en la muralla, que se había levantado en torno al caso. Lástima no valerse ya él solo para abrirla. Quizás los sesenta le estuvieran pesando, aunque se resistiera a admitirlo.