La Huella de Oro
Rodrigo Carpio Fischer | Cronos

No había pistas en aquella escena del crimen. Los forenses y mis compañeros no podíamos explicarlo. El cadáver era de oro. Y de pronto, apareció. Algo que nos dejaba más perplejos. Una huella digital de oro. Por suerte, si pudimos encontrar al culpable. No me molesté en preguntar por su nombre. Se llamaba Midas. Y ahora era su estatua.