Allí estaba, sentada en un rincón con las rodillas pegadas al pecho y los ojos cerrados. Temblaba de manera incesante, pero no era por el frío, sino por el pánico. Se abrazó aún más fuerte, tanto, que sus rodillas oprimían su pecho dificultando su respiración. ¿Era todo aquello realidad o simplemente era un mal sueño? Se sentía demasiado real como para ser fruto de su subconsciente, pero se sentía atrapada y angustiada, como en esas pesadillas donde corres y no avanzas, donde ansías despertar, pero el miedo consigue paralizarte incluso mientras duermes. La única manera de corroborar que, en efecto, lo había hecho, era abrir los ojos, sin embargo, no se atrevía. Tenía miedo. Miedo por lo que acababa de suceder y miedo de todo lo que ocurriría a partir de ahora. Respiró profundo 3 veces tratando de exhalar el temor que la invadía y, entonces, abrió sus ojos. Incluso en medio de tanta oscuridad podía verlo allí tirado en el suelo sobre un enorme charco de sangre. Con extrema dificultad logró ponerse en pie sin despegarse de la pared. Al dar su primer paso casi pierde el equilibrio, fruto del entumecimiento de sus piernas después de tanto tiempo en la misma posición. Tras unos pocos torpes pasos llegó hasta él y lo miró fijamente.
Todavía podía sentir el revólver en sus manos temblorosas. Seguía escuchando en su cabeza la voz que le rogaba clemencia, que le perdonara la vida, pero la ira logró dominar el arma entre sus manos y pocos segundos después, el estruendo de aquel disparo resonó en toda la estancia. Cayó al suelo sin dejar de mirarla a los ojos, incluso desde el suelo, agonizando, no dejó de verla. El arma terminó en el suelo junto al cadáver y mirando sus manos, ella fue retrocediendo hasta llegar al rincón donde había permanecido hasta entonces. Agradecía que sus ojos no la observaran como si aún pudiera juzgarla por ese acto violento, al igual que la había juzgado durante toda su vida.
Una luz cegadora y el intenso sonido de unas sirenas la despertó de su ensimismamiento. Algún vecino debió haber escuchado lo ocurrido y avisó a la policía. No sabía qué hacer. ¿Debía luchar o huir? Si se quedaba, terminaría sus días en prisión y si huía, ¿quién sabe cuánto tiempo podría esconderse antes de que averiguaran que era la culpable? Al escuchar cómo los policías entraban en la casa decidió tomar la segunda vía: huir para tratar de salvarse. Saltó por una de las ventanas y corrió por el jardín en medio de la noche. Miró hacia atrás y vio cómo un agente la perseguía en la distancia. Curiosamente, el miedo le dio más aliento para correr, aunque no sabía cuánto tiempo más podría mantener la distancia con el policía y poder despistarlo en algún tramo. Sus pulmones ardían como el mismísimo infierno, pero debía seguir.
Se detuvo. ¿Dónde estaba? Miró a su alrededor y contempló la nada más absoluta. Solo su destino la aguardaba.